domingo, 16 de septiembre de 2007

Crítica: La memoria imposible


En la ciudad de Sylvia, José Luis Guerín (2007)

Jordi Costa
EL PAÍS, 14 de septiembre de 2007

Hay en esta última película del muy minucioso José Luis Guerín una escena que podría funcionar como un pequeño tratado sobre el proceso creativo: el protagonista está sentado en la terraza de una cafetería y observa al resto de clientes de las mesas de alrededor. Contempla fascinado la languidez o el posible misterio de algunas presencias femeninas, dibuja esbozos en su cuaderno, se detiene ante la posible emergencia de una historia, ante esa punta de iceberg que aflora en forma de discusión o súbito pico de mal rollo... Su mirada pasa de un punto a otro, mientras él apunta, borra, desestima...

Quizás los tránsitos entre una película de Guerín y otra sean igualmente dubitativos: una indagación detectivesca a través de los caminos del azar, en busca de lo esencial o lo revelador. A muchos -y, entre ellos, a este mismo crítico- les puede resultar desconcertante que Guerín, seis años después de la compleja En construcción (2001), haya escogido finalmente un proyecto tan desnudo como En la ciudad de Sylvia, trabajo recorrido por una poesía purísima, pero, también, una discutible -y bastante ensimismada- celebración de la inmadurez.

Al hablar de la película, su productor -a quien hay que reconocer (¡y agradecer!) un legítimo compromiso con la radicalidad artística- invoca una lista de referentes que incluye nombres tan diversos como los de Murnau, Ozu, Tati, Chaplin y Hitchcock. A este crítico la propuesta de Guerín le recordó, más bien, a la relectura de los espacios de De entre los muertos (1958), de Hitchcock -un San Francisco elegiaco y puramente subjetivo- que emprendía Chris Marker en su reveladora película-ensayo Sans soleil (1983). Para Marker, De entre los muertos es "la única película capaz de retratar la memoria imposible": el protagonista de En la ciudad de Sylvia, como el James Stewart del clásico hitchcockiano, persigue una quimera, una fantasmagoría, el recuerdo de una mujer que, hace cuatro años, pudo significar algo.

Calculado juego de ecos
José Luis Guerín pauta rigurosamente su película en tres partes, a través de un calculado juego de ecos, reiteraciones, reflejos y recurrencias: tres días en los que se exponen, respectivamente, la búsqueda, el encuentro de una pista falsa y la evocación final de lo que quizás sea tan intangible como la piel de un espectro.

El cineasta sólo recurre al diálogo en un breve intercambio verbal entre el protagonista (Xavier Lafitte) y esa Pilar López de Ayala que quizás sea (aunque, probablemente, no) la Sylvia del título. Estrasburgo, en cierto sentido, se convierte en una especie de parque temático del amor versión Guerín, con esos graffitis que apelan a una amada con ecos literarios y esos tranvías que, a su paso, pueden provocar la magia de una película instantánea, como si fueran los mecánicos médiums que harán emerger el espíritu del eterno femenino.

En la ciudad de Sylvia es, en definitiva, la obra de un poeta sin imposturas, con un control absoluto -y ajeno a intoxicaciones coyunturales- del lenguaje cinematográfico. Supongo, no obstante, que es legítimo no compartir su visión adolescente de la vida, apoyada en alguna que otra monserga: para José Luis Guerín, detrás de cada mujer se esconde un misterio.

No estaría de más que alguien le contara que, en ocasiones, más que un misterio lo que se esconde es una neurótica, una pesada o una víbora. No hay nada en la forma y escritura de Guerín que no le parezca a este crítico poco menos que irreprochable: el contenido es otra cosa.

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