viernes, 28 de marzo de 2008

Crítica: Regreso a Normandía, de Nicolas Philibert


Los ecos del pasado

Jordi Costa
EL PAÍS, 28 de marzo de 2008

Hay paisajes que son una auténtica encrucijada espacio-temporal: a los ecos del pasado y la tradición, a veces se suma, como un fantasma, la memoria postiza de las ficciones que han crecido en sus márgenes. Así lo contó José Luis Guerín en la extraordinaria -y tan difícil de revisar- Innisfree (1990), exploración en clave Flaherty del lugar donde se rodó El hombre tranquilo (1952). El viaje de Guerín no era divulgativo, sino radicalmente personal, casi un viaje interior, subjetivo.

En Regreso a Normandía, Philibert también parte en busca de su origen, en varios sentidos: en esos paisajes se forjó su oficio, pero la última imagen que vemos es la del padre del cineasta, con sus movimientos eternizados en una escena de la vieja película que sirve de hoja de ruta a la propuesta. En Regreso a Normandía, el cine se postula como ese territorio fuera del tiempo donde es posible que los vivos dialoguen con los muertos, se enfrenten con la memoria y con el pasado, evalúen su presente e intuyan su futuro.


Cámara de ecos
La Normandía de Philibert es una cámara de ecos: el lugar donde el campesino Pierre Rivière cometió un asesinato múltiple en 1835 que volcó en conmovedora confesión -descubierta y diseccionada por Michel Foucault en 1973-; y, también, el escenario donde René Allio rodó en 1976 una película que reconstruía el caso.

Philibert, que trabajó como ayudante de dirección en la película de Allio, regresa al lugar de los hechos para reencontrarse con los actores no profesionales que participaron en el rodaje. Regreso a Normandía es una lección magistral sobre la ética, los mecanismos y las posibilidades del cine documental. Quizás algún espectador se sienta frustrado al no descubrir ninguna gran revelación al final del camino: la película de Philibert está hecha de pequeñas revelaciones y su sutileza excluye cualquier tentación de mensaje. Habla de muchas cosas, pero nunca discursea ni dogmatiza: lo que vemos es tiempo y vida, el presente de unos individuos que una vez fueron colocados fuera del tiempo por una cámara cinematográfica y cuyas existencias nos hablan, en otra clave, de esos temas -la comunidad, la ley, el poder- que, en su día, pusieron en cuestión el crimen y la tragedia personal de Pierre Rivière.



Metraje sentimental encontrado

Javier Cortijo
ABC, 28 de marzo de 2008

Regreso a Normandía
| Francia | 2007 | 115 minutos | Género-Documental | Director-Nicolas Philibert | Actores-Claude Hébert, Joseph Leportier |

He aquí lo más parecido a una reunión de antiguos alumnos que se ha visto en una pantalla grande últimamente, y eso que la tentación de volver al lugar del crimen cinéfilo ha «vericueteado» en la mente de documentalistas como Guerín (Innisfree) o Jordá (Veinte años no es nada). Nicolas Philibert se suma a la fiesta, aunque sin serpentinas ni ponches en almíbar.

Como mucho, cortezas de cerdo, como se aprecia en el arranque de este valioso trabajo de recuperación espacio-temporal del director de Ser y tener. La premisa es sencilla y cautivadoramente respetable: una mirada hacia atrás sin ira a 1975, cuando Philibert ejerció de ayudante de dirección en la polémica Yo, Philipe Rivière, habiendo degollado a mi madre, mi hermana y mi hermano..., del ahora olvidado René Allio. Se trata, así, de desandar los lugares y, sobre todo, lugareños (pues los intérpretes eran no profesionales) donde fue rodada la película, en la Normandía profunda.

Pero más allá de la mera reconstrucción sentimental, estamos ante un ejercicio de fin de carrera de la «universidad de Atapuerca»: la vieja premisa de que «ya no se hace cine como el de antes» se cumple a rajatabla observando los trabajosos pasos naturalistas que dieron lugar al filme de Allio. Para desengrasar la tajada ensayista, Philibert intercala divertidas batallitas de los granjeros-actores, rematando con un precioso plano final de su padre «resucitado» por la magia del cine que demuestra que, hoy y siempre, la nostalgia es la droga más dura y la almohada más blanda.

Retorno al lugar del crimen


En Regreso a Normandía, Nicolas Philibert vuelve a los escenarios de una película rodada hace 30 años sobre un asesinato que conmocionó a la Francia del siglo XIX

Gregorio Belinchón
EL PAÍS, Madrid, 28 de marzo de 2008

Bajo unos pelos canos en punta y atravesado por un bigote también gris, el rostro aniñado de Nicolas Philibert (Nancy, 1951), con unos ojos chispeantes y gestos de mimo bromista, no anuncia en absoluto el cine minucioso y paciente que ha marcado su carrera. La cara será el espejo del alma, pero a veces engaña.

Philibert debutó en 1970 como meritorio en Les camisards, de René Allio, cineasta diferente; y desde 1978 dirige largos y cortos, siempre en la difusa línea que separa realidad documental y ficción cinematográfica. Pero para el común de los mortales Philibert es el director de Ser y tener (2002), hipnótico recuento del paso del tiempo en una escuela rural de la Francia profunda, donde un maestro lucha porque sus alumnos (de todas las edades y condiciones) aprendan y salgan adelante. Ser y tener tuvo más de millón y medio de espectadores en su país, y algo más de 140.000 en España, cantidad superlativa para un documental.

Hoy, Philibert estrena Regreso a Normandía, curioso salto mortal y homenaje a la obra de su maestro Allio. Trata de algo sucedido el 3 de julio de 1835, cuando un campesino normando de 20 años mató a parte de su familia con una hoz y convulsionó con su crimen la vida de Francia. En prisión, tras el juicio, escribió su autobiografía, en la que justificaba sus actos, con un texto que arrancaba así: "Yo, Pierre Rivière, habiendo matado a mi madre, mi hermana y mi hermano...". En 1973, el filósofo Michel Foucault estudió el caso en un libro titulado como el inicio de la confesión de Rivière y René Allio cayó fascinado por la complejidad y dramatismo de los actos del joven parricida. Decidió rodar una película sobre lo ocurrido y, para darle verosimilitud, apostó porque los papeles protagonistas fueran interpretados por auténticos campesinos de la zona del crimen.

Por eso envió a Normandía -mientras en París buscaba financiación y remataba el guión- a entrevistar a cualquier granjero que quisiera actuar y a localizar exteriores a dos bisoños ayudantes de producción: uno de ellos era Nicolas Philibert. Regreso a Normandía supone la vuelta, 30 años después, de Philibert al lugar de rodaje, al encuentro con los supervivientes de aquella aventura cinematográfica que también recibió el título de Yo, Pierre Rivière, habiendo matado a mi madre, mi hermana y mi hermano...

"Cuando era joven quería hacer cine, y no sé si lo he logrado. Esto es como el proverbio chino: cuando llegas a la cima de una montaña, siempre descubrirás que hay otra más alta". Tal vez así surge el reto de Regreso a Normandía, un vistazo al pasado que no debió ser del todo agradable: "La experiencia de la película me aportó muchas cosas, pero no me quedé anclado en aquellos recuerdos. Este documental ha ido creciendo en mi interior, en un proceso que sólo sé definir como río subterráneo". Algunos de los actores aficionados siguen en el campo, otros cambiaron de profesión. Incluso el protagonista, Claude Hébert, que daba vida a Pierre Rivière, decidió dedicarse a la interpretación, se mudó a París, y participó en otro par de largometrajes antes de desaparecer.

A todos, Philibert los retrata con cariño, huyendo de la burla, al tiempo que incide en su habitual apuesta por lo inesperado: "No hay nada más maravilloso que cuando un espectador ve en tu obra algo de lo que tú no eras consciente. Yo ni intuía, cuando arranqué Regreso a Normandía, que en el fondo iba a ser una película sobre mí mismo, que la acabaría con el plano de mi padre, que hizo un pequeño papel en Yo, Pierre Rivière...".

Si Ser y tener le lanzó a la fama, a cambio le trajo una experiencia amarga: el maestro, Georges López, le denunció porque se consideraba coautor del filme y quería parte de los beneficios. "Ha perdido cinco juicios, le han desestimado todas sus demandas y recursos. Tampoco quiero echar leña al fuego. Fue triste y decepcionante para mucha gente. Entrevisté a 110 profesores de muy distintos estilos y energías, todos apasionados, muchas mujeres, y al final rodé a un hombre haciendo en su realidad, sin ensalzarlo ni criticarlo. Fue el público el que lo puso en un pedestal. Y López terminó creyéndoselo. Supongo que detrás de un gran éxito siempre hay una serie de malentendidos".

martes, 25 de marzo de 2008

Hal Hartley: el moderno Bartleby


The Girl from Monday, película inédita en España, aparece en un pack de DVD

Elena Duque
Público, Madrid, 15 de marzo de 2008

"Preferiría no hacerlo" era la frase que repetía hasta el absurdo Bartleby, el escribiente del cuento de Melville. Hal Hartley podría ser su digna reencarnación, pues ha hecho de la renuncia un arte. Renuncia a la industria, a plegarse a los gustos del público, a los personajes glamurosos y a lo recargado y excesivo. En España, no sabíamos nada de él desde 1997, cuando se proyectó Henry Fool. Avalon edita ahora un pack que, además de contar con su célebre película Flirt, nos trae The Girl from Monday, y dos cortos, Ambition y Theory Of The Achivement. He aquí los cuatro rasgos por los que se reconoce al moderno Bartleby:

Independencia. Cine culto e inclasificable
Si por algo se conoce a Hartley es por ser un representante de manual del cine independiente de los noventa. Y en todo el sentido del término, pues utilizaba lo que podía para poder llevar a cabo sus ideas. Sus películas más emblemáticas son de esa década: Flirt, Amateur, Trust y La Increíble Verdad. De ésta última se cuenta que se financió gracias a un préstamo que daba un banco para comprar ordenadores. Hartley convenció a amigos y familiares para que lo pidieran, hasta que pudo acumular una suma suficiente para iniciar el proyecto.

Cerebral. Un discípulo aventajado
Parte de la poesía de las películas de Hartley viene, paradójicamente, de esa cerebralidad que causa el odio de sus detractores. Silencios, vacíos y economía expresiva hacen que parezca un alumno aplicado de Bresson que hubiese compartido pupitre con Aki Kaurismaki en la fría Helsinki. Sus puestas en escena calculadas y maquinales remiten casi al teatro -en el cual también ha hecho sus pinitos-. Es quizás uno de los directores con más tendencia al cine europeo de su quinta, y el intelectualismo de su querido Jean-Luc Godard se deja sentir en sus películas.

Perdedores. Redención y humanidad
No hay más que ver un segundo la cara del James Urbaniak, el basurero de Henry Fool, para comprender de qué hablamos. Gente a la que asociarle la frase "perspectivas de futuro" parece una ironía. Por lo general, es gente fuera de lugar y de natural excentricidad, como la monja que cuelga los hábitos para escribir porno (Isabelle Huppert, en Amateur). Ellos son los únicos cualificados para vagabundear por las tramas de Hartley, pues aquí no se trata de perseguir objetivos ni de seguir guiones que consten de planteamiento, nudo y desenlace.

Pop. Música para las minorías
Hay gente para la que unos personajes bailando Kool Thing, de Sonic Youth (en una de las coreografías más curiosas de la historia del cine, en Simple Men), significan mucho. Y Hartley se ha ganado el corazoncito de más de uno al incluir en sus filmes canciones de grupos como Yo La Tengo, Red House Painters o Liz Phair. Porque, admitámoslo, su cine es el cine de una minoría muy concreta, que se siente muy a gusto siéndolo y que se rinde al reconocer sus referentes estéticos. Como él mismo ha dicho, "a veces, la canción adecuada expresa ciertas implicaciones mejor que las palabras".

El celuloide se extingue


Cineastas veteranos como Sidney Lumet, David Lynch y Mike Figgis demuestran que el cine digital no es para principiantes con poco presupuesto

Sara Brito
Público, Madrid, 24 de marzo de 2008

El digital no sólo es el papel y el lápiz para los nuevos realizadores, que pueden lanzarse a hacer cine sin que les cueste un riñón. No es sólo paladín de neófitos. Para grandes bestias del celuloide como Sidney Lumet, David Lynch y Mike Figgis, el digital es su nueva realidad cinematográfica. Categóricos y apasionados, los tres representan a tres cineastas veteranos que proclaman la muerte del celuloide.

Lumet está por estrenar en abril Antes de que el diablo sepa que has muerto; de Lynch se editó recientemente Inland Empire en DVD -ambas películas rodadas con cámaras HD- y Mike Figgis acaba de publicar en español un manual generoso y didáctico, El cine digital (Alba). Tres anuncios que permiten escarbar en la visión de tres cineastas que no quieren oír hablar ni del 16 ni del 35 milímetros.
El negativo, cosa del pasado

"De aquí a cinco años no creo que nadie siga usando el celuloide", decía Sidney Lumet, de 83 años, en una entrevista en Cahiers du Cinema. Su última película, Antes de que el diablo sepa que has muerto -esperada tras innumerables retrasos en su estreno en España, además de haber sido uno de los más dolientes olvidos en los pasados Oscar- no le deja dudas al director de Tarde de perros (1975): "No voy a volver a rodar con celuloide porque es incómodo, se tarda mucho tiempo en rodar y es muy caro", dice. "El vídeo digital te permite trabajar mucho más rápido y libre, y técnicamente es perfecto: tiene una profundidad de campo mucho mayor, una calidad de imagen superior y, además, tienes un enorme control sobre los resultados".
El uno para el otro

Para David Lynch, el 35 milímetros es "como un dinosaurio", mientras que el vídeo es la horma idónea para su cabeza, tan proclive a la improvisación, a las conexiones de ideas, de mundos, de estratos de percepción. En el estimulante experimento que es Inland Empire, el director se entrega a la estética vídeo sin remilgo: se acerca insidiosamente a los actores, la paleta cromática del vídeo le brinda a la cinta esa textura onírica tan Lynchniana que alcanza en esta película de 3 horas su máximo histórico. "Con la DV todo es más ligero, fluye más, puedes ver algo e incorporarlo al momento", cuenta Lynch en su libro de reflexiones Catch the big fish.

Por último, Mike Figgis es el menos fervoroso, pero no por ello el menos convencido. El director de Leaving Las Vegas, lleva desde 2000 -como ha demostrado en Timecode y Hotel- fascinado por la capacidad de experimentación que le ha aportado la tecnología digital. Su libro El cine digital es un acto de generosidad para los que se inician en el territorio del vídeo, un manual cálido donde Figgis muestra su fascinación por la libertad de movimiento de la cámara, por la facilidad a la hora de iluminar, por la facultad de poder estar más cerca de los actores...

Desde luego no son los únicos. El digital ha seducido a Jean Luc Godard, a Michael Mann, a Steven Soderbergh a David Fincher... La lista crece, los veteranos dicen cada vez más adiós a lo analógico.

Los '10 de Chicago' tienen mucho que decir sobre la guerra de Irak


La crítica elogia un documental animado que evoca la protesta contra Vietnam

Barbara Celis, EL PAÍS, Nueva York, 25 de marzo de 2008

Estados Unidos está en año electoral. Exactamente igual que hace cuatro décadas. Entonces la guerra se libraba en Vietnam y los soldados eran reclutados a la fuerza. En medio de aquel conflicto, cientos de pacifistas tomaron Chicago para protestar contra el conflicto durante la convención demócrata en la que tenía que ser elegido el candidato de ese partido para la presidencia. Pero la violencia policial fue tan brutal que la resaca de aquella batalla campal hizo mella en la juventud. Fue el principio del fin de la revolución del 68 en Estados Unidos, que se acabó cerrando con los asesinatos de Martin Luther King y Robert Kennedy pocos meses después.

Ahora la guerra transcurre en Irak y la rabia en las calles no se prodiga precisamente. ¿Hay lecciones que aprender, espíritus a los que emular?, se preguntó el cineasta Brett Morgen al embarcarse en el rodaje de Chicago 10, un insólito documental sobre aquellos días de 1968. Sí, se dijo.

En la cinta mezcla dibujos animados y material de archivo para relatar el injusto y bochornoso juicio contra ocho activistas (y sus abogados) a los que se acusó de provocar los disturbios. "Yo buscaba crear una experiencia cinematográfica única y huir de esos documentales históricos aburridos que se ven en televisión. He tomado unos hechos ocurridos hace 40 años para hablar de problemas de ahora. Es una historia atemporal sobre una guerra, la oposición a esa guerra y un gobierno tratando de silenciarla" explica Morgen.

La película recrea, a través de animaciones y utilizando transcripciones literales, el juicio contra Abbie Hoffman y Jerry Rubin, (entre otros), líderes de un movimiento político a la izquierda de la izquierda en el que el uso del teatro, la performance y el humor inteligente se utilizaba para desafiar el statu quo.

"Michael Moore, pero también el propio Abbie Hoffman, nos han enseñado el valor de introducir comedia y teatralidad en la política para llegar a más gente. Siempre me ha parecido absurdo que la gente que quiere cambiar el mundo haga documentales. La ficción es más poderosa para transmitir ideas. Por eso he utilizado animaciones y música de ahora, no de entonces, para que no sonara anacrónico sino cercano a la realidad", dice el director. "Cuando Allen Gingsberg se sube al estrado en Chicago 10 (en dibujo animado) y dice 'La política es teatro y magia. Es la manipulación de las imágenes que utiliza la prensa la que hipnotiza a un país para creerse una guerra ficticia', en realidad el que habla es Colin Powell a propósito de las armas de destrucción masiva de Irak ante la ONU", aclara.

Graydon Carter, director de la revista Vanity Fair, es el productor de esta cinta en la que ambos se embarcaron pensando en la necesidad de contarles a los jóvenes una historia de lucha que pudiera inspirarles. "Pero ahora me planteo que quizás los jóvenes sean bastante más activos de lo que creemos, sólo que en otros espacios, por ejemplo Internet. Sólo hace falta ver cómo se han movilizado en favor de Obama. Quizá la lección que hay que aprender de aquella época es que las calles ya no sirven, que hay que reinventarse la manera de luchar por nuestras ideas. No sé, a mí el tiempo me ha vuelto cínico, pero sólo aspiro a que todos nos planteemos nuevos retos sobre nosotros mismos".

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