martes, 25 de septiembre de 2007

domingo, 16 de septiembre de 2007

Crítica: La memoria imposible


En la ciudad de Sylvia, José Luis Guerín (2007)

Jordi Costa
EL PAÍS, 14 de septiembre de 2007

Hay en esta última película del muy minucioso José Luis Guerín una escena que podría funcionar como un pequeño tratado sobre el proceso creativo: el protagonista está sentado en la terraza de una cafetería y observa al resto de clientes de las mesas de alrededor. Contempla fascinado la languidez o el posible misterio de algunas presencias femeninas, dibuja esbozos en su cuaderno, se detiene ante la posible emergencia de una historia, ante esa punta de iceberg que aflora en forma de discusión o súbito pico de mal rollo... Su mirada pasa de un punto a otro, mientras él apunta, borra, desestima...

Quizás los tránsitos entre una película de Guerín y otra sean igualmente dubitativos: una indagación detectivesca a través de los caminos del azar, en busca de lo esencial o lo revelador. A muchos -y, entre ellos, a este mismo crítico- les puede resultar desconcertante que Guerín, seis años después de la compleja En construcción (2001), haya escogido finalmente un proyecto tan desnudo como En la ciudad de Sylvia, trabajo recorrido por una poesía purísima, pero, también, una discutible -y bastante ensimismada- celebración de la inmadurez.

Al hablar de la película, su productor -a quien hay que reconocer (¡y agradecer!) un legítimo compromiso con la radicalidad artística- invoca una lista de referentes que incluye nombres tan diversos como los de Murnau, Ozu, Tati, Chaplin y Hitchcock. A este crítico la propuesta de Guerín le recordó, más bien, a la relectura de los espacios de De entre los muertos (1958), de Hitchcock -un San Francisco elegiaco y puramente subjetivo- que emprendía Chris Marker en su reveladora película-ensayo Sans soleil (1983). Para Marker, De entre los muertos es "la única película capaz de retratar la memoria imposible": el protagonista de En la ciudad de Sylvia, como el James Stewart del clásico hitchcockiano, persigue una quimera, una fantasmagoría, el recuerdo de una mujer que, hace cuatro años, pudo significar algo.

Calculado juego de ecos
José Luis Guerín pauta rigurosamente su película en tres partes, a través de un calculado juego de ecos, reiteraciones, reflejos y recurrencias: tres días en los que se exponen, respectivamente, la búsqueda, el encuentro de una pista falsa y la evocación final de lo que quizás sea tan intangible como la piel de un espectro.

El cineasta sólo recurre al diálogo en un breve intercambio verbal entre el protagonista (Xavier Lafitte) y esa Pilar López de Ayala que quizás sea (aunque, probablemente, no) la Sylvia del título. Estrasburgo, en cierto sentido, se convierte en una especie de parque temático del amor versión Guerín, con esos graffitis que apelan a una amada con ecos literarios y esos tranvías que, a su paso, pueden provocar la magia de una película instantánea, como si fueran los mecánicos médiums que harán emerger el espíritu del eterno femenino.

En la ciudad de Sylvia es, en definitiva, la obra de un poeta sin imposturas, con un control absoluto -y ajeno a intoxicaciones coyunturales- del lenguaje cinematográfico. Supongo, no obstante, que es legítimo no compartir su visión adolescente de la vida, apoyada en alguna que otra monserga: para José Luis Guerín, detrás de cada mujer se esconde un misterio.

No estaría de más que alguien le contara que, en ocasiones, más que un misterio lo que se esconde es una neurótica, una pesada o una víbora. No hay nada en la forma y escritura de Guerín que no le parezca a este crítico poco menos que irreprochable: el contenido es otra cosa.

viernes, 7 de septiembre de 2007

Actualidad: Guerín no conmueve esta vez


Enric González
EL PAÍS, Venecia, 6 de septiembre de 2007

Tibia respuesta a En la ciudad de Sylvia, la única película española a concurso

¿De cuántos elementos puede despojarse una película, sin dejar de ser película? Ésa es la cuestión que plantea En la ciudad de Sylvia. La obra de José Luis Guerín, proyectada ayer dentro de concurso en la Mostra de Venecia, cuenta con un argumento extremadamente sencillo (un chico mira a una chica), unas pocas líneas de diálogo y una banda sonora tejida con ruidos ambientales. Pese a tanta desnudez, hay película. Y belleza. También hay una severa exigencia de complicidad por parte del espectador, y parsimonia, y riesgo de trauma para los adictos al videojuego y la gente con prisa.

José Luis Guerín (Barcelona, 1960) es un cineasta con vocación de pureza. La vena documental que caracterizaba varios de sus trabajos anteriores (Innisfree o la celebrada En construcción) resulta igualmente esencial en su última película. "Creo unas determinadas condiciones y espero con la cámara a que llegue el momento revelador", explicó tras la proyección. Las calles de Estrasburgo y una serie de rostros femeninos, encabezados por el de la actriz Pilar López de Ayala (la presunta Sylvia), son a la vez protagonistas, escenario, decorado y relato.

"El reto más grande consiste en que se acepte la sencillez de la película", comentó el cineasta. Guerín dijo que filmaba como si fuera el primero en hacerlo, y admitió que, en este caso, exigía al espectador una mirada igualmente primigenia. Existen ciertas dificultades para alcanzar esa conexión en la inocencia. El público ya no entra en pánico cuando ve en pantalla una locomotora aproximándose, como ocurría en tiempos de los hermanos Lumière, y ha adquirido todos los resabios del siglo XX.

El mismo problema se plantea, de otra forma, para el propio Guerín, quien asegura poseer "mucha más experiencia como espectador que como cineasta". Soslaya su experiencia como crítico. El director barcelonés es un teórico formidable. Y la teoría es incompatible con la inocencia.

Ese fenómeno, el de la riqueza teórica, se puso de manifiesto durante la conferencia de prensa posterior a la proyección. En el cine, la película fue acogida con algunos aplausos y unos tímidos abucheos, pese a tratarse de una propuesta mucho más accesible para el público especializado que para, en palabras de Guerín, el "consumidor" habituado al "cine sensitivo". La argumentación de Guerín sobre su propia película y sobre la esencia del arte cinematográfico suscitó mayor unanimidad: fue uno de los discursos más articulados e inteligentes que se han escuchado en Venecia.

Si se acepta el juego, si se logra simultanear el candor emotivo y el análisis inteligente (porque ésas son las reglas, más cercanas a Michelangelo Antonioni que a los pioneros del cine, establecidas por Guerín), la película puede constituir una experiencia gratificante, enriquecedora y casi iniciática. José Luis Guerín posee una mirada sutil, acaricia lo que filma. Ocasionalmente, puede ocurrirle como a los grandes oradores cuando se escuchan a sí mismos y caen en un trance autohipnótico.

miércoles, 5 de septiembre de 2007

DVD: Raymond Depardon


Delitos flagrantes
10ª Sala. Instantes de audiencia
San Clemente
Urgencias


Andrés Hispano
Cultura/s, La Vanguardia, 5 de septiembre de 2007

De todos los grandes fotógrafos que se han aventurado en el cine documental (Robert Frank, William Klein, Chris Marker, Johan van der Keuken, Jan van der Elsken, etcétera) Raymond Depardon es el que de forma más clara ha desarrollado una estrategia cinematográfica en la que no pesara su ojo fotográfico. En sus películas, centradas como las de Frederick Wiseman en institucione spúblicas, Raymond Depardon sacrifica progresivamente todo ornamento estilístico y apuesta de un modo decidido por una aparente neutralidad que le conduce a largos planos estáticos, rodados desde una prudente distancia, buscando la mayor discreción e invisibilidad posible.

En sus mejores películas, como las dedicadas al mundo de la justicia (Delitos flagrantes y 10ª Sala. Instantes de audiencia) asistimos de manera repetitiva a entrevistas y lecturas de veredictos protocolarias, rodadas de manera idéntica y sin un montaje que enfatice gestos o declaraciones determinadas. Son los relatos, las palabras, los diálogos, (si es que tal cosa existe entre ciudadanos e instituciones) los que conducen nuestra atención a través de la pantalla. ¿Y qué hace tan interesante estas películas? Depardon, una vez consigue infiltrarse en esos ámbitos herméticos, rueda tantos casos como puede para después trabajar en una selección muy precisa que entiende casi como la edición esencial de la cinta, el único montaje, de hecho, del que somos conscientes.

Al final, lo que vemos es un crudo bocado de realidad sobre la manera en que se relacionan los individuos y estado, normales y anormales, residentes y foráneos, aquejados y sanadores. Depardon no presume sinceridad absoluta. Sabe que por algún motivo ambas partes se han dejado rodar y en ello puede anidar ocasionalmente la impostura. Pero ahí también hay información, quizás la más reveladora.

Los dos DVD que ha editado Intermedio reúnen cuatro títulos que testimonan la evolución de Depardon, desde la cámara que navega en un entorno a la que notifica sin florituras. Además, al reunir los títulos temáticamente, Psiquiatría y Justicia, podemos atender a la manera en que Depadon retorna a un escenario con nuevas lecciones y codiciones. Todas las cintas vienen presentadas por el propio Depardon y, en un libreto adjunto, introducidas por el siempre lúcido Gonzalo de Lucas.

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