sábado, 25 de agosto de 2007

Crítica: La nueva China


Sobre el film Naturalez muerta, de Jia Zhang-ke

Javier Ocaña
EL PAÍS, 24 de agosto de 2007

La China actual es una contradicción en sí misma y la presa de las Tres Gargantas el exponente máximo de dicha contradicción. La necesaria renovación de la energía eléctrica, el control de las inundaciones y la mejora de la navegación fluvial en el río Yangt-sé se contraponen a los efectos de la faraónica obra, iniciada en 1993: 19 ciudades y 326 pueblos han quedado bajo las aguas, y casi dos millones de personas han tenido que ser reubicadas. Mientras el país parece abocado al neocapitalismo, sus habitantes no saben si vienen o si van. Jia Zhang-ke, autor de gran prestigio durante la última década pero hasta ahora invisible para los cines españoles (el canal especializado Cinematk emite en estos días un ciclo con buena parte de su filmografía), ha centrado su carrera en el análisis de estos cambios. Naturaleza muerta, León de Oro en el Festival de Venecia de 2006, es su obra cumbre.

A través de una doble historia de búsqueda, y con la construcción de la presa como telón de fondo, Zhang-ke reflexiona (como ya hiciese en Placeres desconocidos, de 2002, y sobre todo en El mundo, de 2004) sobre los efectos de la urbanización y de la globalización en la cultura tradicional. Los antiguos carteles con el lema "¡Esfuérzate!" contrastan con la corruptela administrativa que lleva a uno de los personajes a clamar: "¡Todos somos hijos de la China comunista, no sólo unos cuantos!".

Los omnipresentes billetes con el rostro de Mao se utilizan para pagar las playstation con las que juegan niños y mayores. Mientras los antiguos generadores producen continuas chispas, la presa entierra la China antigua y alrededor de ella se edifica una nueva, en la que los ideales no se sabe hacia dónde van. "No podemos evitarlo, somos unos nostálgicos", proclama en tono filosófico un personaje. "¿A quién citas?", pregunta otro, que no encuentra en el ideario de Confucio o del taoísmo semejante frase. "¡Al maestro Chow Yun-Fat!", responde con soltura el pequeño filósofo, en referencia a la estrella hongkonesa del cine de artes marciales.

A la manera cadenciosa y minimalista de ¿Dónde está la casa de mi amigo?, de Kiarostami, Naturaleza muerta se impone como documento cinematográfico apegado a la historia de un territorio. Y ahí, la metáfora ejerce su poder.

Actualidad: Carles Bosch, director de 'Septiembres' y 'Balseros'


Naila Váquez
La Vanguardia, Barcelona, 25 de agosto de 2007

Tras más de 20 años como reportero de TV3 para el programa 30 Minuts, Carles Bosch se inició en el documental cinematográfico con Balseros, que le valió el éxito internacional y le llevó a la alfombra roja hollywoodiense, aunque finalmente se fuera de vacío. Su nueva película, Septiembres, va trenzando historias de amor entre reclusos y sus parejas. Las hay que ocurren entre la prisión y el exterior y las hay que acontecen dentro. Todo, en el marco de un festival de canción entre distintas prisiones de Madrid.

¿Cómo nace la idea de Septiembres?
Son muchas cosas. Primero el hecho de tener un amigo cumpliendo condena, justo en un momento en que mi cabeza estaba buscando una historia. Entonces me invitaron a enseñar Balseros en la prisión de Valdemoro. En un momento de la película hay un personaje que retomo a los cinco años que habla de cómo le ha ido la vida y dice que trabajaba mucho, que su mujer se aburría en casa, tuvo una historia y se fue con él. Todos los presos a coro empezaron a insultarla. Allí me di cuenta de que lo mal que se vivía en prisión estar lejos de los seres queridos y por mi amigo y su pareja, también buena amiga, conocí todo lo del régimen de visitas, los cinco minutos de llamada… Cosas que normalmente no se ven en las películas.

¿Qué pasó después?
Me llamó la educadora de esa misma prisión y me pidió que fuera a filmar el festival de canción y que, si quedaba bien, podría hacer copias para que mandaran a sus familias. Llegué, les dije que les filmaría interpretando su canción un par de veces y les pedí que la dedicaran. Hay un personaje lituano, que antes de empezar con 19 días y 500 noches, dice que la canción lo dice todo. Mientras lo estaba filmando me di cuenta que ahí había una historia, que estaba viviendo una cosa… ¡preciosa!

Rodar en la cárcel debe de ser difícil…
Una vez hablé con ellos y estuvieron de acuerdo me puse en contacto con la Dirección de Instituciones Penitenciarias para proponerles que me dieran permiso para rodar de septiembre a septiembre. Por suerte habían visto Balseros y eso ayudó. Colaboraron mucho, me dieron libertad total para entrar siempre que hubiera algo que necesitara para la historia, excepto una vez.

¿Se puede contar?
Sí. Fue la noche de fin de año. Uno de los personajes, la mujer mexicana, era posible que volviese a ganar y además era una fecha señalada. Yo quería estar. El problema, para ellos, era mostrar que en fin de año los encierran a la misma hora que el resto de noches. Ya lo dicen, "preso encerrado, funcionario descansado". Entendían que yo tenía razón pero era complicado. En el ultimísimo momento dieron la orden y parece que el director de la prisión lo entendió así que pude rodar.

Hay personajes curiosos, como un ex miembro de la banda Burning, ¿los buscaste o salieron?
Creo que cuanto más universal es el tema que tratas, menos derecho tienes, moralmente, a hacer un casting. Eran simplemente los que participaban en el festival excepto dos. Uno era mexicano y estaba metido en temas de narcotráfico y me dijo que su familia no podía salir por posibles represalias. La otra era una chica a la que el juez no se lo permitió porque su caso aún estaba abierto.

¿Qué has aprendido de toda esta experiencia?
Aún sigo aprendiendo. Me entrevistó hace poco una revista de una ONG relacionada con el tema carcelario. Yo siempre había dicho que cualquiera de los que están presos, podríamos ser nosotros. Pero ahora pienso, y qué si no pudiéramos ser nosotros, ¿eso significa que no tienen que ser tratados con la misma dignidad y con los mismos derechos, exceptuando la libertad? Cuando pasó lo de Bosnia la gente se exclamaba diciendo: es increíble que esto esté pasando a sólo dos horas de avión, podríamos ser nosotros. En cambio, de los conflictos en Ruanda no pensaban lo mismo. He aprendido que la cárcel puede ser un buen sitio, un sitio válido, con una función buena para ellos y para la sociedad. Hace falta que se puedan cumplir las penas en un sitio en el que se den cuenta de que han cometido un error y casi todos lo hacen. El malo, el realmente malvado ocupa un porcentaje muy pequeño. Y por último, sigo aprendiendo lo bonito que es hacer cine. Hay un abrazo que dura unos 20 segundos en el montaje final. En ese tiempo el espectador va dando vueltas y vueltas a lo que le hemos contado y a lo que ocurre. Es un placer al crear que el periodismo no te da. Entrar en la mente de los personajes es una forma de periodismo, aunque hasta hace poco estuviera reservado a la buena ficción.

¿Y como reportero?
Mi trayectoria ha sido ir dando vueltas por sitios en los que pasaban cosas. Mis amigos cuando vuelvo siempre me preguntan si todo esto me ha marcado. Supongo que sí, espero que sí. Alguna vez dando alguna clase los estudiantes me preguntan qué hago cuando llego a un sitio en el que nunca he estado y tengo que informar sobre qué está ocurriendo allí. Y no siempre llegas dominando el tema, a veces sólo sabes lo que has visto en el boletín de la compañía aérea de turno. Pero afortunadamente o desafortunadamente te das cuentas que las historias se repiten a lo largo del mundo. Siempre te encuentras con la buena gente y con la que no. Como en la cárcel, que hay tanta gente mala como fuera de ella. A los estudiantes les decía que fueran caminando por la ciudad y que donde hubiera un póster de Bob Marley, estaban los buenos. Siempre hay un sexto sentido que te hace encontrar la fórmula y la experiencia como periodista ayuda. A veces te ves incluso haciendo de juez, como cuando los periodistas dijimos lo que estaba haciendo Milosevic mientras la comunidad internacional le ponía medallas.

¿Por qué dejan de interesar los conflictos?
Yo lo entiendo, el ser humano tiene una capacidad reducida, yo mismo hay conflictos en el mundo que no he seguido. Incluso entre colegas vuelve uno de cualquier país y todos tenemos ganas de hacerle preguntas pero, aún siendo periodistas, son muy básicas. A veces te critican porque se habla de una cosa y de otra no y eso te frustra pero depende de muchas cosas. Al empezar la guerra de Bosnia los jefes estaban encantados con dejarnos ir. Al cuarto año ibas a su despacho y todo eran excusas. Por una parte, aunque seguían pasando cosas, a las televisiones les salía muy caro ya que había que tenían que asegurarnos y para eso debías ir en coche blindado. Además las audiencias bajaban en picado. Te daban excusas en lugar de decir claramente que eso ya no interesaba a nadie. Lo mismo está pasando ahora en Irak.

Ahora has vuelto a ir a Bosnia.
Sí, estoy preparando un reportaje para el 30 Minuts sobre Bosnia 12 años después y es parecido al último año. Como profesional tienes que buscar la forma de darle la vuelta a las cosas para que interesen a la gente. Lo último que hice se llamaba Les roses de Sarajevo. Al documental he llegado después de poner del revés el reportaje al uso. Y ahora, después de haber estado por toda Bosnia, de haber entrevistado al presidente de Serbia, Boris Tadic, de ver visto como siguen las cosas en Serebrenica, intento saber cómo explicar tantas cosas en tan poco tiempo. En la televisión está todo mucho más acotado y no se permiten esos silencios, esa magia…

¿El periodismo actual consigue explicar qué ocurre en el mundo?
Sí, pero quizá tienes que irte a blogs y a revistas muy especializadas. Pero sí puedes hacerte una idea de algunas cosas. Para ponerte un ejemplo, alguien que quiera saber qué pasa realmente en Israel y lea cada día La Vanguardia, con redactores tan buenos como Tomas Alcoverro, podrá acercarse bastante a lo que ocurre. Aunque también hay mucho desánimo. Con la guerra de Irak, por ejemplo, en la que el mundo entero fue violado y se vio con descaro que ganaban los intereses y los negocios, hubo mucha decepción. Las audiencias bajaron porque la gente, después de haber luchado, ya no quería saber nada. Nosotros desde el 30 Minuts no quisimos participar en esa mentira, nos lanzamos a hablar de la crisis de la ONU y de enseñar todo lo que había detrás.

¿Te queda algún rincón por descubrir?
Me queda ser feliz y encontrar cierta paz interior y daré tantas vueltas al mundo como sea necesario. Me paso la vida dando vueltas y ahora, en vistas de encerrarme en una sala de montaje, lo que quiero es tranquilidad.

miércoles, 22 de agosto de 2007

Perfiles: Frederick Wiseman


Hal Himmelstein
The Museum of Broadcast Communications

Frederick Wiseman is arguably the most important American documentary filmmaker of the past three decades. A law professor turned filmmaker in 1967, Wiseman, in his most dramatically powerful documentaries, has poignantly chronicled the exercise of power in American society by focusing on the everyday travails of the least fortunate Americans caught in the tangled webs of social institutions operating at the community level. An underlying theme of many of these documentaries is the individual's attempt to preserve his or her humanity and dignity while struggling against laws and dehumanizing bureaucratic systems. Wiseman functions as producer, director, and editor of the films, which numbered 29 by 1996. The documentaries have all been broadcast on public television in the United States, presented by New York station WNET, and have regularly marked the opening of the new PBS season. Wiseman's documentaries have won numerous awards, including several Emmys, and a Dupont Award. Wiseman was awarded the prestigious MacArthur Prize Fellows Award in 1982, and received a Peabody Award for his contribution to documentary film.

Wiseman's aesthetic falls squarely in the "direct cinema" tradition of documentary filmmaking, which emphasizes continued filming, as unobtrusively as possible, of human conversation and the routines of everyday life, with no music, no interviews, no voice-over narration, and no overt attempt to interpret or explain the events unfolding before the camera.

Wiseman calls his films "reality-fictions", reflecting his tight thematic structuring of the raw footage in the editing process. Eschewing "leading characters," Wiseman skillfully interweaves many small stories to provide contrast and thematic complexity.

Wiseman's debut as a documentarian was both auspicious and highly controversial. His first film, Titicut Follies (1967), was shot in the Massachusetts State Hospital for the Criminally Insane at Bridgewater. Here we see the impact of a social institution--a publicly-funded mental hospital--on society's rejects. Often described as an "expose," (a description Wiseman rejects), Titicut Follies chronicled the indignities suffered by the inmates, many of whom were kept naked and force-fed through nasal tubes. Titicut Follies caused a public outcry and demands for institutional reform. The film was officially barred from general public showings until 1993 by order of a U.S. court on grounds that it violated an inmate's privacy.

A succession of critically-acclaimed documentaries quickly followed. In High School (1968), Wiseman examined a large, largely white and middle-class Philadelphia high school and the authoritarian, conformist value system inculcated in students by teachers and administrators. The official ideology reflected in the educational power structure was largely seen as an expression of the value framework of the surrounding community.

Law and Order (1969) was filmed in Kansas City, Missouri. Here, Wiseman cast his gaze on the daily routine of police work in the Kansas City police department. Most of the sequences were filmed in the black district of the city. Examples of police brutality and insensitivity were juxtaposed with other examples of sympathetic patrol officers attempting to assist citizens with a variety of minor, and Wiseman sometimes humorous, problems. On the whole, however, police behavior was depicted as symptomatic of deeper social crisis, including racism, poverty, and the resultant pervasive violence in the inner city.

His next film, Hospital (1970), for which Wiseman won two Emmys for Best News Documentary, was set in the operating room, emergency ward and out-patient clinics of New York City's Metropolitan Hospital. As in Law and Order, Wiseman used an institutional setting to examine urban ills. Stabbing and drug overdose victims, abused children, the mentally disturbed, and the abandoned elderly pass through the public hospital. But unlike the authority figures in Titicut Follies, the doctors, nurses, and orderlies at Metropolitan come off as much more humane, responding to patients with sympathy and understanding.

In Juvenile Court (1973), as in Hospital, Wiseman reveals the compassionate side of authority. The court officials in the Memphis, Tennessee juvenile court discuss, with evident concern, the futures of young offenders accused of crimes such as child abuse and armed robbery.

Welfare (1975) is one of the most provocative and understated of Wiseman's institutional examinations. Shot in a New York City welfare office, the documentary, in seemingly interminable shots, chronicles the frustration and pain of abject welfare recipients who spend their time sitting and waiting, or being shunted from office to office, as the degrading milieu of the welfare system grinds on. Welfare bureaucrats are largely seen as agents of dehumanization.

The Store (1983), Wiseman's first color film, at first glance appears to depart from the typical "weighty" subject matter of most of his previous films. That, however, is deceptive. For while the institution under scrutiny, the world-famous Neiman-Marcus department store in Dallas, Texas, may seem to be light-weight material, Wiseman's treatment of the activities of store employees and the mostly wealthy customers ultimately reveals the shallow lives of America's economic elite and those who service them. Conspicuous consumption is everywhere in evidence. The clientele while away days in the store's dressing rooms, trying on expensive gowns and furs. A compliant group of saleswomen are led in smile exercises as they prepare to meet their condescending customers. The bourgeoisie and proletariat are complicit in this sordid dance of money and unproductive leisure. The Store stands in stark and powerful contrast to the despair depicted in Welfare.

The ethics of Wiseman's filmmaking has been criticized by some as invading the privacy of its subjects (Titicut Follies is the clearest case-in-point). Wiseman's response is unequivocal. He argues that if an institution receives public tax support, citizens are entitled to observe its operation. Reportorial access, Wiseman adds, is a constitutional right with regard to public institutions. In his early documentaries, if any subject objected, at the time of shooting, to being filmed, Wiseman eliminated the footage in question from the final cut. Later, however, he denied subjects veto rights. Some subjects, while initially pleased with their portrayals, later became upset with others' negative reactions to those portrayals. This may be one of Wiseman's major Wiseman contributions to the documentary form, to permit subjects to examine their own behavior--to confront the consequences of their own social actions--as seen through the eyes of others.


Frederick Wiseman. Born in Boston, Massachusetts, U.S.A., 1 January 1930. Educated at Williams College, Williamstown, Massachusetts, B.A. 1951; LL.B., Yale University, New Haven, Connecticut, 1954. Worked as law professor; turned to television documentary filmmaking, 1967. Recipient: Emmy Awards, 1969 and 1970; John Simon Guggenheim Memorial Foundation Fellowship, 1980-81; John D. and Catherine T. MacArthur Fellowship, 1982-87; International Documentary Association, Career Achievement Award, 1990; Peabody Award, Personal Award, 1991. Address: Zipporah Films Inc., One Richdale Avenue, Unit #4, Cambridge, Massachusetts 02140, U.S.A.

Television Documentaries (all as producer, director, and editor)
1967 Titicut Follies
1968 High School
1969 Law and Order
1969 Hospital
1971 Basic Training
1972 Essene
1973 Juvenile Court
1974 Primate
1975 Welfare
1976 Meat
1977 Canal Zone
1978 Sinai Field Mission
1979 Manoeuvre
1980 Model
1982 Seraphita's Diary
1983 The Store
1985 Racetrack
1986 Blind
1986 Deaf
1986 Adjustment & Work
1986 Multi-Handicapped
1987 Missile
1989 Near Death
1989 Central Park
1991 Aspen
1993 Zoo
1994 High School II
1995 Ballet
1996 La Comedie Francaise

martes, 21 de agosto de 2007

Jordá, a la contra


M. Torreiro
Publicado en EL PAÍS, el 18 de 0ctubre de 2002

Es hincha del Espanyol por las mismas razones por las que allá por su movida adolescencia, en los años cincuenta, se hizo comunista en un hogar de falangistas vencedores de una guerra, padre notario y jefe provincial del Movimiento en Girona, Gerona entonces: por provocar, por afirmar una visión del mundo a contramano de lo que de él se espera. Ha realizado, sinuoso Guadiana que va y viene por derivas que tal vez sólo él conozca, una producción, digamos, intelectual con tres grandes frentes abiertos: una, como guionista, su primera, ya muy lejana ocupación, esporádicamente retomada (suyo es, por ejemplo, el libreto que rueda estos días Vicente Aranda sobre Carmen); otra, como traductor, uno de los mejores que hayan vertido al castellano a autores italianos y franceses. Otra, en fin, como cineasta, y como todo lo suyo, aquí también ha resultado, gozosamente está resultando, en realidad, y desde hace ya años, tan estimulante como imprevisible.

Joaquín Jordá es un gran tipo. A veces, pocas, huraño y reservado, casi siempre provocador, incisivo; poco amante de la notoriedad; sarcástico con los que van de listos, solidario con los que lo necesitan. Supo ser el más brillante propagandista de aquel invento que se conoció como la Escuela de Barcelona, de la que surgió como principal teórico, hablando siempre del cine que hacían los otros, no de su Dante no es únicamente severo, aquel simpático engendro que correalizó con su malogrado amigo Jacinto Esteva y que fue el aldabonazo que sirvió de arranque a un movimiento tan efímero como fructífero, que durante dos o tres años hizo soñar a un puñado de locos, y a los pocos que veían sus películas, con una Barcelona más parecida al swiming London que a la castrante ciudad oficial de la que todos renegaban.

Muerto administrativamente el invento, cegados los tímidos caminos de apertura que un régimen agonizante zanjó, en los primeros setenta, Jordá marchó a una especie de exilio autoimpuesto, para rodar en Portugal un filme hasta hace poco perdido, y en Italia, el país que lo acogió durante algunos años, un par de productos militantes. De allí volvió, sólo para reintentar lo impensable: rodar un cine que pocos vieron, un filme militante que comenzaba por interrogar a sus propios actores y que no gustó demasiado, empezando por sus colaboradores, los obreros de la fábrica Númax, pero que visto hoy tiene la gallardía y el descaro de poner sobre la mesa todas las contradicciones que agarrotaban la lucha sindical, más que una hagiografía laica hecha de obreros heroicos y concienciados.

En estos días, Joaquín Jordà está de actualidad -no ha dejado de estarlo, en realidad, en los dos o tres últimos años- porque el joven Docúpolis, el festival de documentales de Barcelona, le dedica, con todo merecimiento, una retrospectiva en la que se podrá ver todo lo suyo en este terreno.

Desde su primer cortometraje, El día de los muertos, rodado cuando vivía en el Madrid de los primeros sesenta, hasta el imprescindible Monos como Becky, tal vez su obra más abierta y ambiciosa. Se podrá apreciar entonces, en todo su esplendor, la coherencia de un pensamiento cinematográfico que pasa antes por la cabeza que por la implicación sentimental, que se plantea la interrogación constante, que hace de lo autobiográfico el material para muchos de sus discursos, que postula lo social, que no olvida lo directamente doloroso (¡ese genial El encargo del cazador, tan poco conocido!). Será un buen aperitivo para lo que vendrá en los próximos meses, para ese Raval que está terminando de montar estos días y que promete, como todo lo suyo, convertirse en pieza indispensable para el conocimiento: de un barrio y de una ciudad, pero también de un tiempo histórico, este nuestro, en el que tanto se echan en falta espíritus como el suyo.

lunes, 20 de agosto de 2007

"El auge del documental viene de la crisis del cine"


ENTREVISTA: DE PERFIL Joaquín Jordá

Javier Rodríguez Marcos
Publicado en EL PAÍS, 26 de junio de 2004

Joaquín Jordá vive en la calle de la Cera, en el Raval barcelonés. En ese barrio se destapó en 1997 una presunta red de pederastas cuya falsedad fue denunciada por Arcadi Espada en su libro Raval. Del amor a los niños (Anagrama, 2000). En marzo pasado, Jordá estrenó en Barcelona De niños, un documental que recoge el juicio real del caso, del que salieron dos condenados y varios padres, anteriormente acusados en falso, absueltos: "La presunción era muchas veces de culpabilidad, no de inocencia. Es el 'algo habrá hecho". Aunque su exhibición está pendiente en el resto de España, la película obtuvo el premio del festival de Guadalajara (México) y pudo verse recientemente en PHotoEspaña, en un seminario en el que participaban Slavoj Zizek, Peter Sloterdijk y el propio Jordá.

"Los ensayos de Benjamin o Baudelaire tienen algo de narración y de reflexión. Y algo así está apareciendo en el cine"

¿Siguió el caso Raval desde el principio?
No. Hasta poco antes de 1997 vivía en Madrid. Tuve un infarto cerebral y perdí el sentido de la orientación. Me perdía. Pensé que me sería más fácil vivir en Barcelona porque la ciudad es más aburridamente racional y las referencias urbanas son más claras. Pensé que aquí me funcionaría una memoria antigua. Y así fue.

Pero conocía el barrio.
De turista. Conocí el caso por el libro de Arcadi Espada. Entonces me planteé la película.

Le dejaron rodar el juicio.
Mientras filmábamos, me di cuenta de la perfección narrativa del modelo juicio, que es todo un género cinematográfico: una primera información, peritos, testigos de un lado y del otro, parlamentos de la acusación, de la defensa y de los acusados; luego, un suspense y la sentencia.

Pero la película no es sólo el juicio.
En paralelo quería contar lo que yo suponía: que esta historia de la pederastia había ocurrido, más o menos, había sido hinchada por la Policía, la prensa había aceptado la versión policial sin cuestionarla y el ayuntamiento había sabido sacarle partido, porque estaba empeñado en una reforma urbanística que encontraba cierta oposición y vio en este caso la manera de acallar las protestas.

¿Cómo?
Porque si en un barrio ocurría esto, es que ese barrio está podrido y hay que sajar, derribar, reedificar.

En eso difiere de Espada.
Sí. Él habla de dos razones: la maldad y la estupidez. Una mezcla de resultado catastrófico. La prensa creyó a la Policía y aplicó la ley del mínimo esfuerzo.

El juez ha dicho que se siente engañado por usted.
Durante el juicio mantuve una relación normal con él. Luego me pidió material filmado y se lo di.

En su película aparece dormido en un momento del juicio.
Pero no hay manipulación. Hay una permanente correspondencia entre lo que se ve, lo que se oye y el momento en que transcurre. Eso podría certificarlo cualquier perito montador. Cuando los del tribunal y parte de la acusación dan cabezadas, la cámara busca al acusado hablando para que se vea que no hay ni un solo plano fuera de sitio.

¿Fuera del juicio no mantuvo esa objetividad? Interviene un grupo de teatro, canta Albert Pla...
Yo pienso en la verdad, no en la objetividad. El documental necesita de la ficción, no creo en él como género cerrado. Por otro lado, la ficción que más me interesa ahora está teñida de documental.

¿Por ejemplo?
Cosas de Marc Recha, o Las horas del día, de Jaime Rosales. Son ficciones, pero el peso de la mirada documental es muy fuerte, como lo es el peso de la ficción en películas como En construcción. En un cine que vive una crisis profunda por la entrada de los nuevos medios, la separación entre ficción y documental se está rompiendo. Aquella división que los historiadores decían que se había producido en el origen entre el documental de los Lumière y la ficción de Mélies es falsa. Cuando los Lumière filmaban la salida de una fábrica hacían veintitantas tomas, con su puesta en escena. El equívoco se ha ido perpetuando, pero ahora esas dos ramas se están volviendo a juntar.

¿No terminará eso debilitando la eficacia del documental?
Es que en cuanto hay una cámara y una mirada detrás, la objetividad desaparece.

¿No habría unos mínimos? Es como si en un libro de historia...
Te inventas una anécdota.

O novelas una parte.
Yo me pregunto de qué hablamos cuando hablamos de eficacia. ¿De denuncia? Tal vez sea mejor acompañarla de una cierta reflexión.

¿Vio Bowling for Columbine?
Me interesó. Tiene mucho de reportaje, pero hay una intervención permanente del autor que está en entre la narración y el ensayo. Los ensayos de Benjamin, o los de Baudelaire, tienen algo de diario, de narración, de reflexión. Y algo así está apareciendo en el cine. El director utiliza todos los instrumentos que considera oportunos: la documentación pura, la interpretación, el comentario...

El panfleto...
También, porque Moore es un personaje muy Tati: gordo, torpe, respondón, tramposo, sumiso a veces.

¿Cree que hay un auge del documental?
De las 40 películas que se hacen aquí funcionan económicamente cuatro, el resto dan pérdidas que no son reales porque están subvencionadas por un sistema proteccionista que no me acaba de gustar. Un largo de ficción anda por los 300 millones de pesetas. Un documental no pasa de 70. Ése es el auge del documental.

¿Sólo cuestión de dinero?
Bueno, antes, el que quería hacer cine se empeñaba en hacer un corto que no era más que un esbozo de lo que sería su primer largo. Ahora empieza por un documental, porque se habla mucho del género.

Incluso hay polémica. ¿Ha visto La pelota vasca?
Es una película tramposa. Tramposa de procedimiento, de montaje. Tú no puedes montar una frase que diga: "Estoy seguro de que una reforma democrática terminaría con el terrorismo"; y luego una frase que sólo diga: "No". Porque nunca ha existido este diálogo. Se ha extraído una frase de contexto para montar esa falsedad. Además, la selección de los personajes es discutible. No aparece ni una sola persona normal. Busca opiniones jerarquizadas, y basta la presencia de cada personaje para saber su opinión. Formalmente es una película muy enfática: la música, el juego de pelota filmado con contrapicados. Y en un documental, el énfasis funciona fatal.


El traductor que no puede leer
LA TARDE de la entrevista, Joaquín Jordá (Santa Coloma de Farners, 1935) está haciendo el crucigrama de La Vanguardia. "Me sirve de entrenamiento", dice. Vive en un apartamento forrado de libros que no puede leer. Parece una historia de Gesualdo Bufalino, al que Jordá ha traducido, pero es una consecuencia del infarto cerebral que sufrió hace siete años. Los libros se los leen y sólo puede escribir cuatro folios seguidos: "A partir de ahí no recuerdo lo que he escrito y no sé si empiezo a repetirme". Leer una página, cuenta, se ha convertido en una operación parecida a traducir: "Primero tengo que identificar si son letras o números". No deja de parecer extraño en alguien que ha traducido a autores como André Breton, Stendhal, Sciascia, Calasso o el último premio Príncipe de Asturias de las Letras, Claudio Magris. Jordá pasó varios años en Italia después de convertirse en los sesenta en uno de los protagonistas de la Escuela de Barcelona -"un juego publicitario"-. En su filmografía se cuentan títulos como Dante no es únicamente severo (1967) o Monos como Becky (1999). Junto a Toni Negri presentó en marzo pasado en el centro donostiarra Arteleku el proyecto de una película cuyo montaje está a punto de terminar y cuyo título provisional es Mujeres (y hombres) en transición. La historia viene de 1979. Ese año rodó Numax presenta, que recogía la experiencia de autogestión de los obreros de una fábrica que acababa de cerrar. En la secuencia final, Jordá les preguntaba qué pensaban hacer. "Pensaban dejar de ser obreros: vivir en el campo, no dar golpe, estudiar", recuerda el director, que 25 años después los ha buscado para comprobar en qué medida se han cumplido esos deseos. Jordá los reunió en el restaurante de su antiguo abogado, convertido en cocinero. "¿Qué ha sido de ellos? De todo. Desde la delincuencia hasta ser monja". La película será un repaso a los 25 años de España a través de esas vidas. "Había pedido entrevistas a los presidentes del Gobierno desde 1979, pero todos se negaron a explicar cuál era su idea actual de la transición".

miércoles, 8 de agosto de 2007

Entrevista a Ángel Quintana


Anwar Dawwas
Publicado en Diagonal periódico. Madrid, enero de 2007.

Ángel Quintana es profesor de Cine de la Universidad de Girona y colaborador del Cultura/s de ‘La Vanguardia’. Durante el Festival de Cine de Gijón charlamos con él.

Con el nivel de exposición a la violencia real en el que vivimos, ¿cómo piensas que debe tratar el cine la violencia?
El problema de violencia en el cine es si se deben mostrar las imágenes o no. Soy partidario de cierta representación de la violencia. El cine de la crueldad de Rossellini: “Es preciso que el cine sea cruel para mostrar la crueldad del mundo”. Si no, viviríamos en una especie de paraíso rosa. Está muy bien que después de la Segunda Guerra Mundial, en Roma ciudad abierta, se muestre la tortura mientras que Fred Astaire está bailando el bim bam bum. Forma parte de un cine que tiene que ser cruel. La otra cuestión es la banalización de la violencia. Estamos en un momento en el que podemos comer y cenar con las ejecuciones de Iraq. ¿Hasta qué punto esta banalización genera cierto tipo de actitudes que no reflexionan sobre la moralidad de la imagen? Esto lo separaría del gore, que es el grand guignol, la parodia grotesca...
Lo que me preocupa es cuando se hace mística del sufrimiento, como hemos visto en La Pasión de Cristo. Cuando empiezan a saltar cabezas en una película gore no tiene relevancia, en cambio cuando Mel Gibson hace esto está reivindicando un modelo de doctrina cristiana basado en el sufrimiento, una tendencia medievalista a la religión que conecta con el Opus Dei, los Legionarios de Cristo...

Frente a la utopía orwelliana, caminamos a una banalización absoluta, un futuro más dominado por el culto a la tontería que por el totalitarismo.
Esto es verdad, de las dos grandes utopías, Gran Hermano (GH) y Mundo Feliz (MF), la que ha acabado triunfando es el Mundo Feliz. GH se escribió a finales de los treinta, y MF se escribió después de la Segunda Guerra Mundial, la diferencia es sustancial. Antes de la Guerra el peligro es el totalitarismo y después el peligro es el nacimiento de la sociedad de consumo. En este sentido Huxley es más anticipador, prevé que se acaban los totalitarismos y se impone un mundo feliz. Empieza con los milagros económicos europeos, la sociedad del bienestar y acaba con la sociedad de consumo. La idea de vivir felices pero engañados. La idea posmoderna de que todo es divertido y todos nos lo pasamos muy bien.

¿Qué cambios puede suponer el acceso masivo a las cámaras digitales?
En los años del auge del vídeo todo el mundo decía “el vídeo tiene grandes posibilidades, el vídeo es la hostia” y ¿para qué ha servido? Para filmar bodas y bautizos. El cine más libre de toda la historia es el cine amateur, tienes una cámara, no tienes ni presupuestos ni productores. En cambio, es el cine en el que más se parece una película a otra. El problema no es que haya muchas cámaras, sino qué uso se les da. Lo que filma la gente con sus cámaras es a sus niños y las fiestas del colegio. Está intentando capturar una cierta idea de la felicidad que es diferente a la real. ¿Por qué se sacan fotos en las bodas y bautizos y no en los entierros? Se intenta crear una imagen paranoica de un mundo feliz.

El cine ha absorbido de los videojuegos ciertas estructuras e imaginería, pero la raíz del videojuego es la participación, la interacción. Experimentos como Serpientes en el avión (que fue retocada tras leer la opinión de los internautas) o D-Dag, ¿suponen un nuevo rumbo o son productos anecdóticos?
El cine no permite la interactividad, prefiero que me cuente una historia Coppola a contarla yo, porque Coppola lo va a hacer mejor. Los videojuegos están básicamente cambiando las estructuras narrativas, las formas de construcción del relato. Ha aparecido el relato por capas, el personaje va superando pruebas; o por ejemplo, la proyección del paisaje como laberinto. Todo esto forma parte de cierta estética de los videojuegos que ha entrado en el cine de consumo. Serpientes en el avión no permite jugar, sino que utiliza elementos que conectan con el público adolescente.

Hollywood ha integrado la cultura adolescente, el cómic, el videoclip... ¿hacia dónde se dirige?
Hollywood se ha dado cuenta de que fórmulas de otros ámbitos, ya sea cine independiente, cómic u otros ámbitos periféricos estaban creando una cultura adolescente que Hollywood no entendía. Al ver que generaba sus propios productos, Hollywood la acabó integrando. Ahora el modelo Sundance de cine independiente está en crisis, no funciona. Lo más interesante lo ha absorbido Hollywood: Shyamalan, Fincher, Paul Thomas Anderson... están en el sistema, actualmente se hacen películas más raras en Hollywood que en Sundance. Esto justifica películas como Sin City. Sin City choca estéticamente con la producción de Hollywood y conecta con una cultura adolescente que ya no se basa en la parodia o pastiche del cine negro, sino que hace cine negro y lo entierra al mismo tiempo. Sin City lleva hasta el límite el cine negro para ponerlo en crisis. Estos procesos de llevar las cosas al límite son habituales, ahora se están viendo en el teatro, pienso en Calixto Bieito, Rigola... adaptan a Shakespeare al mundo contemporáneo, ridiculizan y matan a Hamlet para acabar mostrando sus mecanismos.

¿La posmodernidad, más que parodiar y distanciarse, juega con los límites de lo real?
Se insiste mucho con la posmodernidad como parodia, pero yo entiendo que la parodia es muy lejana. Don Quijote era parodia de las novelas de caballería. La parodia es sustancial a las artes y los géneros. Lo que hace la posmodernidad y en cierta forma el cine contemporáneo es jugar con los límites, convertir personajes en personajes límite, por ejemplo el travestido y la monja en Almodóvar. Almodóvar triunfa porque juega con contrastes que nadie había utilizado. Pone en contacto dos personajes antagónicos, dos personajes de mundos extremos y mundos que no habían sido visibles. Juega con los extremos para acabar creando una obra clásica. La otra idea fundamental es hasta qué punto el cine está poniendo al límite algunas cosas. La idea de relato se pone en crisis (podemos empezar la historia al revés, contar historias fragmentadas, romper el rompecabezas y obligar al espectador a reconstruirlo...), pero también se pone en crisis la verosimilitud. James Bond en los años sesenta ya ponía en crisis lo verosímil inaugurando un modelo de cine-espectáculo. En los últimos años el verosímil salta bastante más, ya no nos importa que el héroe no pueda hacer aquello, lo que queremos es ver lo que el héroe no puede hacer. El mundo circense funciona todavía.


La encrucijada del cine español

¿Cómo ves la situación del cine español?
El año pasado la corriente mayoritaria era el realismo tímido de Los lunes al sol, Mar adentro... Ahora hemos pasado a las grandes producciones, la vuelta al ‘europudding’, un modelo de cine espectáculo europeo para conquistar los cines multiplex. Frente a esto hay otra línea intermedia que parece amenazada de muerte. Los multiplex ya no quieren productos medianos. Luego hay otras fórmulas, ¿de dónde surgen? De donde no hay industria y de sectores marginales. El ejemplo de Madrid y Barcelona, una ciudad con industria y otra sin ella. Se busca la coartada del documental no desde la doctrina del documental fuerte sino ante la imposibilidad de rodar ficción, porque no hay industria, no hay presupuestos y se termina haciendo otro tipo de cine más abierto. Otra fórmula es la de Javier Rebollo (Lo que sé de Lola), que busca una factura más europea para sacarse de encima la gran losa del cine español, el costumbrismo.

Bibliografía de Ángel Quintana
Roberto Rossellini, Cátedra, 1995
Mediación y Transparencia. Un método didáctico para la utopía televisiva de Roberto Rosellini, Episteme, 1996
El cine italiano 1942-1961. Del neorrealismo a la modernidad, Paidós, 1997
Jean Renoir, Cátedra, 1998
André Bazin. Jean Renoir, Paidós, 1998
James Agee. Escritos sobre cine, Paidós, 2002
Fábulas de lo visible. El cine como creador de realidades, Acantilado, 2003
Olivier Assayas, líneas de fuga, FICG, 2003
Peter Watkins. Historia de una resistencia, FICG, 2004
Rossellini, la herencia de un maestro, IVAC, 2005

martes, 7 de agosto de 2007

Perder, o la eternidad


Álvaro de los Ángeles
Publicado en Revista mono #8. Valencia, 2007.

Existe una cierta plusvalía temporal en el hecho artístico cuando la obra se realiza con la intención de que perdure más allá de la vida de su creador. Este hecho, tradicionalmente ineludible o no cuestionado en origen, adquiere otro cariz bien distinto cuando la obra no se realiza para ese fin, deseándose por el contrario efímera o no perdurable. Numerosos ejemplos del arte desarrollado en especial a partir de los años sesenta del s.XX nos ofrecen una nueva pauta de relación entre artista, obra y audiencia que intenta, como poco, subvertir el concepto de eternidad del medio artístico. Determinados performances, obras de acción, intervenciones en el espacio público... fueron subsumidas por el paso del tiempo salvo en los ejemplos, numerosos por otro lado, en que han quedado registrados de alguna forma física, en especial por fotografías documentales y películas de 8mm, 16mm o vídeo. Hablaríamos entonces de una nueva plusvalía artística post-obra cuando las fotografías y/o las películas realizadas se ofrecen al ávido mercado artístico en forma de ampliaciones desproporcionadas al hecho mismo que retratan o en testimonios audiovisuales que se equiparan con otras producciones realizadas con una finalidad cinematográfica. Convirtiendo en papel mojado la originaria y tal vez firme pretensión de no acabar engrosando los denostados volúmenes de la historia del arte. Sin embargo, esa ecología intencional de no pertenencia a cierto estatus artístico, que en efecto no llegó por la no aceptación en su momento de determinados trabajos como arte, ha acabado cediendo a su poder de atracción, alcanzando ese mismo estatus –aunque adopte un aspecto casual o incluso desarrapado- desde la disconformidad del archivo. Frente al espacio de la biblioteca, vertical y jerárquico, orgulloso en su concepción como modelo estético y cultural a seguir, Foucault propuso el del archivo, horizontal y rizomático, desparramado y tan vasto en cada uno de sus microanálisis, que resulta imposible no ya retenerlo, sino imaginarlo(1). Una visión individualizada que nos ocupa actualmente por completo, influyendo en nuestros modos de ver y entender el mundo y donde el arte contemporáneo, sensible como pocas materias culturales a las novedades y los cambios rápidos, ha encontrado en ciertas tecnologías aplicadas una horma apropiada a su misión registradora contra el reloj.

La estrecha relación entre artista y obra, es decir, entre su propia biografía y el producto resultante de su labor creativa, en muchos casos hace imposible un deslindamiento de sus campos de acción, convirtiendo ambas prácticas en una labor continua y entrelazada. En no pocos casos las visiones personales de algunos artistas, y así pues sus obras resultantes, han quedado ininteligibles o rechazadas dentro del propio momento histórico en que se produjeron. Revisiones posteriores han situado en lugares apropiados, bien por infra- o sobre-valoración, a determinados artistas y obras, mientras se propagaba la interesada creencia de que la figura del artista casi por decreto debía ir acompañada de una actitud terrible, relacionando la creencia del genio creador a la pervivencia de un malditismo irrefrenable o, por contra, de una actitud cortesana para con el poder y quienes lo ostentan alternativamente. De lo que puede deducirse una fría actitud colectiva de demonizar lo vivo mientras aún colea, para situarlo en otro lugar más resguardado –en ocasiones también más valorado- una vez deglutido su contenido. Perder en vida para, con suerte, acabar engrosando las filas de la eternidad. Lo que en definitiva no parece ser más que una persistente incredulidad generalizada al respecto de la pervivencia y necesidad de la independencia creativa del artista.

En otros casos, esta fina línea divisoria se estira tanto que acaba rompiéndose, convirtiendo un proceso de búsqueda en un hecho concreto de pérdida. El proyecto In Search of the Miraculous (En busca del milagro), del artista holandés Bas Jan Ader(2), puede considerarse un caso extremo de pérdida: aquél que implica la propia desaparición del artista en pos de la realización de su obra. Su búsqueda milagrosa debía quedar conformada por la interrelación de tres acciones realizadas por partes, de las cuales sólo pudo completarse la primera, quedando inconclusas las otras dos. La pieza central de la primera, In Search of the Miraculous (One night in Los Angeles), se componía de un conjunto de 18 fotografías en blanco y negro que sintetizaban el recorrido que el artista realizó desde el atardecer al amanecer, desde la autopista hasta la playa de la ciudad californiana. En gran parte de ellas aparece Bas Jan Ader, de espaldas mientras camina más o menos visible en el contexto urbano, y en todas hay una frase sobreimpresionada en blanco sobre la superficie oscura de las fotografías nocturnas. La correlación del texto conforma la letra de la canción Searchin’(3), del grupo The Coasters, fechada en 1957. Esta serie fotográfica, realizada en otoño de 1973, se presentó en la Claire Copley Gallery de Los Ángeles en abril de 1975, “como preludio de la travesía atlántica” que pretendía convertirse en la segunda parte de esta trilogía. Durante la inauguración de esta muestra, de título idéntico a la serie, un grupo de los alumnos de Ader de la Universidad de California en Irvine, reunidos como un coro, cantaban una serie de canciones típicas de marineros con el acompañamiento de un piano. Registrado el sonido de la sesión en una cinta magnetofónica, la música reproducida acompañaba las imágenes tomadas del mismo evento, proyectadas entonces como diapositivas durante el tiempo que se mantuvo abierta la exposición y completando de esta forma la primera etapa del proyecto.

La segunda quedó anunciada en el Boletín 89 del espacio Art & Project de Amsterdam, colaborador junto con la Claire Copley Gallery y el Groningen Museum (Groningen, Holanda), del proyecto In Search of the Miraculous. Esta fase consistía en una solitaria travesía atlántica a bordo de un bote pequeño, el Ocean Wave, desde Cape Cod en Massachusets hasta el Land’s End en Inglaterra, partiendo el 9 de julio de 1975. Una vez en Europa completaría la tercera parte de la trilogía: un paseo nocturno por las calles de Amsterdam que quedaría registrado fotográficamente, como un “reflejo” simétrico del realizado en Los Ángeles. En el reverso del anuncio del Boletín de Art & Project figuraba impresa la partitura de A Life on the Ocean Wave, canción realizada en 1838 por el compositor británico Henry Russell a partir de un poema de Epes Sargent(4). De nuevo, como ocurría con el coro de estudiantes, los motivos marineros vuelven a ser protagonistas, en una intención clara de reflejar el mundo de aventura y riesgo romántico que siempre parece haberlos acompañado. Como es sabido, la arriesgada acción de Bas Jan Ader, la travesía atlántica en un bote para un solo ocupante, no pudo completarse. Y así pues, tampoco la tercera y última, el paseo nocturno por las calles de Amsterdam.

El escritor Manuel Rivas aportó información sobre el acontecimiento del encuentro del Ocean Wave, en su concisa y extraordinaria columna El enigma (El País, 23-04-2005). En ella explica que fue el marinero gallego Manuel Castiñeira, patrón del pesquero Eduardo Pondal quien encontró el bote “en las aguas irlandesas del Gran Sol” el 18 de abril de 1976. Atendiendo lo que Jan Verwoert indica en su ensayo, a saber, que durante las tres primeras semanas de travesía se mantuvo la comunicación por radio con el bote y después se perdió para siempre, la pequeña nave anduvo a la deriva nueve meses. Desde finales de julio de 1975 hasta abril de 1976. El día 28 de este mismo mes, Castiñeira entrega el Ocean Wave en el depósito portuario indicado, junto con la documentación que encontró a bordo, incluido el “pasaporte a nombre de Bastian Johan Christian Ader, nacido el 4 de abril de 1942, y con domicilio en el 4207 Franklin Avenue de Los Ángeles”. El patrón no halló ningún chaleco salvavidas ni resto alguno del cuerpo. “Y expresó en voz alta una pregunta que no ha dejado de rebotar en el mar y ahora salta en bibliotecas, centros de arte y una miríada de sitios de Internet: ‘¿Se salvaría su tripulante?’”(5).

Esta extensa referencia a las particularidades que rodearon el proyecto In Search of the Miraculous, sin duda atractivas y no exentas del halo propio de los mitos, no debe sin embargo alejarnos de la cuestión principal. Aquella que plantea determinados discursos sobre la pérdida con el amargo premio de una eternidad otorgada a posteriori. Un premio de consolación que, siguiendo con el caso paradigmático de Bas Jan Ader, no tanto valora si llegó o no a salvarse, como se preguntaba Castiñeira, cuanto sí el precio que hubo de pagar el proyecto artístico para acabar engrosando los archivos –ya por siempre rizomáticos- del arte contemporáneo. Planteando al mismo tiempo el hecho incontestable de la coherencia del artista ante el compromiso adquirido con su obra. Derrumbados los lindes entre vida y obra, entre muerte y eternidad, Ader coronó con esta acción incompleta una trayectoria corta e intensa que desde sus primeras obras buscaba un tipo de práctica hiper-individualizada y, a la vez, ambigua con el concepto de héroe masculinizado. Es decir, al tiempo que intentaba completar una travesía transoceánica con la austera ayuda de un bote, que hubiera resultado épica de haberse completado, en la obra I’m too sad to tell you (1970-71) rompía a llorar frente a la cámara de cine, presentándose como una persona vulnerable, sensible, desubicada o incluso confusa; o pintaba en la pared la desesperada frase Please, don’t leave me. Tampoco la aventura de cruzar el Atlántico puede entenderse como una prueba suicida. Ya en 1962, con sólo veinte años, Ader realizó una travesía similar desde Marruecos a Los Ángeles, confiriéndole una experiencia en este terreno que no preveía un desencadenamiento trágico de tal magnitud. En una serie de acciones registradas con cine de 16mm o fotografía realizadas entre 1969 y 1971, el artista aparece, tal como sugiere Jan Verwoert, como un protagonista de películas de cine mudo, un anti-héroe que es la contraposición perfecta a la figura del hombre obsesionado por la búsqueda de lo sublime, tal como perseguía su acción final. En la serie de caídas que Ader realizó y que han quedado filmadas en cortas secuencias cinematográficas, el artista viste con un atuendo muy similar, siempre de oscuro, convirtiéndose casi en un personaje. Ya sea rodando por un tejado (Fall I, Los Angeles), descolgándose desde la rama de un árbol hasta el riachuelo anexo (Broken Fall [Organic] Amsterdamse Bos, Holland), desviando la trayectoria de su bicicleta para caer en un canal (Fall II, Ámsterdam) o situándolo en un interior oscuro (Nightfall), estas acciones repiten una misma intención casi obsesiva: representar el fracaso, el fallo, la imperfección. Y convertir el cuerpo humano en el principal protagonista de las obras y, así pues, del proceso de pérdida y, de una manera mucho más amplia pero igualmente presente, de la finitud humana.
En esta dualidad, por lo tanto, entre la pretensión heroica y la representación emocional de la debilidad no podemos encontrar más que la encarnación de la paradoja humana: la ilimitación imaginativa dentro de un cuerpo físico limitado tendente, como en las caídas de Ader, hacia un final sabido de antemano.

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Notas
(1) MOREY, Miguel: “El lugar de todos los lugares: consideraciones sobre el archivo”, en Registros imposibles: El mal de archivo, Comunidad de Madrid, Madrid, 2006.
(2) Su nombre completo es Bastian Johan Christian Ader (Groningen, Holanda, 4 de abril de 1942).
(3) “Gonna find her / Gonna find her / Well now if I have to swim the ocean you know I will / and if I have to climb a mountain you know I will / and if she is hiding up on blueberry hill / am I gonna find her still / you know I will cause I’ve been Searchin’ / oh yeh Searchin’ my goodness / Searchin’ everywhich way”. La letra de esta canción, así como parte de los datos que aquí se emplean o las expresiones entrecomilladas, están extraídos del libro Bas Jan Ader. In Search of the Miraculous, Jan Verwoert, Afterall, Londres, 2006, texto del que este breve análisis es deudor.
(4) Henry Russell (1812-1900) / Epes Sargent (1813-1880)
(5) RIVAS, Manuel: El enigma, en la Última de El País, Sábado 23 de abril de 2005.

Bergmanorama


Jean-Luc Godard
Publicado en Cahiers du cinéma n° 85 - juillet 1958

Dans l'histoire du cinéma, il y a cinq ou six films dont on aime à ne faire la critique que par ses seuls mots : "C'est le plus beau des films !"Parce qu'il n'y a pas plus bel éloge. Pourquoi parler, en effet, plus longuement de Tabou, Voyage en Italie, ou du Carrosse d'or? Comme l'étoile de mer qui s'ouvre et qui se ferme, ils savent offrir et cacher le secret d'un monde dont ils sont à la fois l'unique dépositaire et le fascinant reflet. La vérité est leur vérité. Ils la portent au plus profond d'eux-mêmes, et, cependant, l'écran se déchire à chaque plan pour la semer à tous vents. Dire d'eux c'est le plus beaux des films, c'est tout dire. Pourquoi? Parce que c'est comme ça. Et ce raisonnement enfantin, le cinéma seul peut se permettre de l'utiliser sans fausse honte. Pourquoi? Parce qu'il est le cinéma. Et que le cinéma se suffit à lui-même. De Welles, d'Ophüls, de Dreyer, de Hawks, de Cukor, même de Vadim, pour vanter leurs mérites, il nous suffira de dire : c'est du cinéma! Et quand le nom de grands artistes des siècles passés vient par comparaison sous notre plume, nous ne voulons rien dire d'autre. Imagine-t-on, par contre, un critique vantant la dernière oeuvre de Faulkner en disant: c'est de la littérature; de Stravinsky, de Paul Klee: c'est de la musique, c'est de la peinture ? Encore bien moins, d'ailleurs, de Shakespeare, Mozart ou Raphaël. Il ne viendra pas davantage à l'idée d'un éditeur, fût-ce Bernard Grasset, de lancer un poète par le slogan: ça, c'est de la poésie ! Même Jean Villar, lorsqu'il rafistole Le Cid, rougirait de mettre sur les affiches : ça, c'est du théâtre ! Alors que "ça, c'est du cinéma !" mieux que le mot de passe, reste le cri de guerre du vendeur, tout aussi bien que de l'amateur de films. Bref, d'entre tous ses privilèges, le moindre, pour le cinéma, n'est certes pas d'ériger en raison d'être sa propre existence, et faire, par la même occasion, de l'éthique son esthétique. Cinq ou six films, ai-je dit, + 1, car Sommarlek est le plus beau des films.

Le dernier grand romantique
Les grands auteurs sont probablement ceux dont on ne sait que prononcer le nom lorsqu'il est impossible d'expliquer autrement les sensations et sentiments multiples qui vous assaillent dans certaines circonstances exceptionnelles, devant un paysage étonnant, ou lors d'un événement imprévu: Beethoven, sous les étoiles, en haut d'une falaise battue par la mer; Balzac, quand, vu depuis Montmartre, il semble que Paris vous appartient; mais désormais, si le passé joue à cache-cache avec le présent sur le visage de celle ou celui que vous aimez; si la mort, lorsque humiliés et offensés vous parvenez enfin à lui poser la question suprême, vous répond avec une ironie toute valéryenne qu'il faut tenter de vivre; désormais donc, si les mots été prodigieux, dernières vacances, éternel mirage, reviennent sous lèvres, c'est qu'automatiquement vous avez prononcé le nom de celui qu'une deuxième rétrospective à la Cinémathèque française vient définitivement, pour ceux qui n'avaient vu que quelques-uns de ses dix-neuf films, de consacrer comme l'auteur le plus original du cinéma européen moderne: Ingmar Bergman.
Original? Le Septième sceau ou La Nuit des forrains, passe; à la rigueur Sourires d'une nuit d'été; mais Monika, mais Rêves de femmes, mais Vers la félicité, tout au plus du sous Maupassant, et quant à la technique, parlons-en, des cadrages à la Germaine Dulac, des effets à la Man Ray, des reflets dans l'eau à la Kirsanoff, des retours en arrière comme il n'est plus permis d'en faire tellement c'est démodé: "non, le cinéma, c'est autre chose", s'écrient nos techniciens patentés ; et, d'abord, c'est un métier.
Hé bien, non! le cinéma n'est pas un métier. C'est un art. Ce n'est pas une équipe. On est toujours seul; sur le plateau comme devant la page blanche. Et pour Bergman, être seul, c'est poser des questions. Et faire des films, c'est y répondre. On ne saurait être plus classiquement romantique.
Certes, de tous les cinéastes contemporains, il est sans doute le seul à ne pas renier ouvertement les procédés chers aux avant-gardistes des années trente, tels qu'ils traînent encore dans chaque festival de films expérimentaux ou d'amateurs. Mais c'est plutôt hardiesse de la part du metteur en scène de la Soif, car, ce bric-à-brac, Bergman le destine en parfaite connaissance de cause à d'autres fins. Ces plans de lacs, de forêts, d'herbes, de nuages, ces angles faussement insolites, ces contre-jours trop recherchés, ne sont plus dans l'esthétique bergmanienne des jeux abstraits de la caméra ou des prouesses de photographe ; ils s'intègrent, au contraire, dans la psychologie des personnages à l'instant précis où il s'agit, pour Bergman, d'exprimer un sentiment non moins précis ; par exemple, le plaisir de Monika traversant en bateau Stockholm qui s'éveille, puis sa lassitude en inversant le trajet dans Stockholm qui s'endort.

L'éternité au secours de l'instantané
A l'instant précis. En effet, Ingmar Bergman est le cinéaste de l'instant. Chacun de ses films naît dans une reflexion des héros sur le moment présent, approfondit cette réflexion par une sorte d'écartèlement de la durée, un peu à la manière de Proust, mais avec plus de puissance, comme si l'on avait multiplié Proust à la fois par Joyce et Rousseau, et devient finalement une gigantesque et démesurée méditation à partir d'un instantané. Un film d'Ingmar Bergman, c'est, si l'on veut, un vingt-quatrième de seconde qui se métamorphose et s'étire pendant une heure et demi. C'est le monde entre deux battements de paupières, la tristesse entre deux battements de coeur, la joie de vivre entre deux battements de mains.
D'où l'importance primordiale du "flash-back" dans ces rêveries scandinaves de promeneuses solitaires. Dans Sommarlek, il suffit d'un regard à son miroir pour que Maj Britt Nilsson parte comme Orphée et Lancelot à la poursuite du paradis perdu et du temps retrouvé. Utilisé quasi systématiquement par Bergman dans la plupart de ses oeuvres, le retour en arrière cesse alors d'être l'un de ces "poor tricks" dont parlait Orson Welles pour devenir, sinon le sujet même du film, du moins sa condition sine qua non. Par-dessus le marché, cette figure de style, même employée comme telle, a dorénavant l'avantage incomparable d'étoffer considérablement le scénario, puisqu'aussi bien elle ne constitue et le rythme interne et l'ossature dramatique. Il n'est que d'avoir vu n'importe lequel des films de Bergman pour remarquer que chaque retour en arrière s'achève ou débute toujours "en situation", en double situation devrais-je dire, car le plus fort est que ce changement de séquence, comme chez Hitchcock au meilleur de sa forme, correspond toujours à l'émoi intérieur des héros, autrement dit, provoque le rebondissement de l'action, ce qui est l'apanage des plus grands. Nous prenions pour de la facilité ce qui n'était qu'un surcroit de rigueur. Ingmar Bergman, l'autodidacte décrié par "ceux du métier", donne ici une leçon aux meilleurs de nos scénaristes. Nous allons voir que ce n'est pas la première fois.

Toujours en avance
Quand parut Vadim, nous l'applaudîmes d'être à l'heure juste alors que la plupart de ses confrères retardaient encore d'une guerre. Quand nous vîmes les grimaces poétiques de Giulietta Massina, nous applaudîmes de même Fellini dont la fraîcheur baroque sentait bon le renouveau. Mais cette renaissance du cinéma moderne, cinq années plus tôt, le fils d'un pasteur suédois l'avait déjà portée à son apogée. A quoi rêvions-nous donc quand sortit Monika sur les écrans parisiens ? Tout ce que nous reprochions encore de ne pas faire aux cinéastes français, Ingmar Bergman l'avait déjà fait. Monika, c'était déjà Et Dieu créa la femme, mais réussi de façon parfaite. Et ce dernier plan des Nuits de Cabiria, lorsque Giulietta Massina fixe obstinément la caméra, avons-nous oublié qu'il est déjà, lui aussi, dans l'avant-dernière bobine de Monika? Cette brusque conspiration entre le spectateur et l'acteur qui enthousiasme si fort André Bazin, avons-nous oublié que nous l'avions vécue avec mille fois plus de force et de poésie, lorsque Harriett Andersson, ses yeux rieurs tout embués de désarroi rivés sur l'objectif, nous prend à témoin du dégoût qu'elle a d'opter pour l'enfer contre le ciel. N'est pas orfèvre qui veut. N'est pas en avance sur les autres qui le crie sur les toits. Un auteur véritablement original est celui qui ne déposera jamais ses scénarii à la société du même nom. Car est neuf, nous prouve Bergman, ce qui est juste, et sera juste ce qui est profond. Or, la profonde nouveauté de Sommarlek, de Monika, de la Soif, du Septième Sceau, c'est d'être avant tout d'une admirable justesse de ton. Pour Bergman, certes, oui, un chat est un chat. Mais il l'est pour bien d'autres, et c'est là la moindre des choses. L'important est que, doué d'une élégance morale à toute épreuve, Bergman peut s'accommoder de n'importe laquelle des vérités, même la plus scabreuse (le dernier sketch de l'Attente des femmes). Est profond ce qui est imprévisible, et chaque nouveau film de notre auteur déroute souvent les plus chauds partisans du précédent. On attendait une comédie, et ce fut un mystère du moyen âge qui survint. Leur seul point commun est souvent cette incroyable liberté des situations à laquelle Feydeau rendrait des points, tout comme Montherlant pourrait en rendre à la vérité des dialogues, au moment d'ailleurs, suprême paradoxe, ou Giraudoux ferait de même quant à leur pudeur. Il va sans dire que cette aisance souveraine dans l'élaboration du manuscrit se double, dès que ronronne la caméra, d'une maîtrise absolue dans la direction des acteurs. Ingmar Bergman, en ce domaine est l'égal d'un Cukor ou d'un Renoir. Certes, la plupart de ses interprètes, qui font d'ailleurs quelquefois partie de sa troupe théâtrale, sont en général de remarquables comédiens. Je pense surtout à Maj-Britt Nilsson, dont le menton volontaire et les moues de mépris ne sont pas sans rappeler Ingmar Bergman. Mais il faut avoir vu Birger Malmsten en jouvenceau rêveur dans Sommarlek, et le retrouver, méconnaissable, en bourgeois gominé dans la Soif; il faut avoir vu Gunnar Björnstrand et Harriett Anderson dans le premier épisode de Rêves de femmes, et les retrouver, avec un autre regard, de nouveaux tics, un rythme du corps différent dans Sourires d'une nuit d'été, pour se rendre compte du prodigieux travail de modelage dont est capable Bergman, à partir de ce "bétail" dont parlait Hitchcock.

Bergman contre Visconti
Ou scénario contre mise en scène. Est-ce si sûr ? On peut opposer un Ales Joffé et un René Clément par exemple, car il n'est question que de talent. Mais quand le talent frôle de si près le génie qu'on obtient Sommarlek et Nuits blanches, est-ce bien utile de disserter à perte de vue pour savoir qui est en fin de compte supérieur à l'autre, l'auteur complet ou le pur metteur en scène ? Peut-être que oui, après tout, car c'est analyser deux conceptions du cinéma dont l'une vaut peut-être mieux que l'autre.
Il y a, en gros, deux genres de cinéastes. Ceux qui marchent dans la rue la tête baissée et ceux qui marchent la tête haute. Les premiers, pour voir ce qui ce passe autour d'eux, sont obligés de relever souvent et soudain la tête, et de la tourner tantôt à gauche, tantôt à droite, embrassant d'une série de coups d'oeils le champ qui s'offre à leur vue. Ils voient. Les seconds ne voient rien, ils regardent, fixant leur attention sur le point précis qui les intéressent. Lorsqu'ils tourneront un film, le cadrage des premiers sera aéré, fluide (Rossellini), celui des seconds serré au millimètre (Hitchcock). On trouvera chez les premiers un découpage sans doute disparate mais terriblement sensible à la tentation du hasard (Welles), et chez les seconds des mouvements d'appareils, non seulement d'une précision inouïe sur le plateau, mais qui ont leur propre valeur abstraite de mouvement dans l'espace (Lang). Bergman ferait plutôt partie du premier groupe, celui du cinéma libre. Visconti, du second, celui du cinéma rigoureux.
Pour ma part, je préfère Monika à Senso, et la politique des auteurs à celles des metteurs en scène. Que Bergman, en effet, plus qu'aucun cinéaste européen, Renoir excepté, en soit le plus typique représentant, à qui en douterait encore, La Prison lui en apporterait sinon la preuve, du moins le symbole le plus évident. On connaît le sujet : un metteur en scène se voit proposer par son professeur de mathématiques un scénario sur le diable. Pourtant, ce n'est pas à lui que surviendront des séries de mésaventures diaboliques, mais bien à son scénariste auquel il a demandé une continuité. Homme de théâtre, Bergman admet de mettre en scène les pièces des autres. Mais homme de cinéma, il entend rester seul maître à bord. Au contraire d'un Bresson et d'un Visconti qui transfigurent un point de départ qui leur est rarement personnel. Bergman crée ex nihilo aventures et personnages. Le Septième Sceau est moins habilement mis en scène que Nuits blanches, ses cadrages sont moins précis, ses angles moins rigoureux, nul ne le niera ; mais, et là est le point capital de la distinction, pour un homme d'un talent aussi immense que Visconti, faire un très bon film, en fin de compte, est affaire de très bon goût. Il est sûr de ne pas se tromper, et dans une certaine mesure, c'est facile. Il est facile de choisir les rideaux les plus jolis, les meubles les plus parfaits, de faire les seuls mouvements d'appareil possibles, si l'on sait d'avance que l'on est doué pour ça. De la part d'un artiste, trop bien se connaître, c'est un peu céder à la facilité.
Ce qui est difficile au contraire, c'est d'avancer en terre inconnue, de reconnaître le danger, de prendre des risques, d'avoir peur. Sublime est l'instant, dans Nuits blanches où la neige tombe à gros flocons autour de la barque de Maria Schell et Marcello Mastroianni ! Mais ce sublime-là n'est rien à côté du vieux chef d'orchestre de Vers la félicité qui, allongé sur l'herbe, regarde Stig Olin regardant amoureusement Maj-Britt Nilsson sur sa chaise longue, et pense : "Comment décrire un spectacle d'une si grande beauté!" J'admire Nuits blanches, mais j'aime Sommarlek.

Source: La politique des auteurs. Petite bibliothèque des Cahiers du cinéma. 2001
Texte transcrit par Dumbo

jueves, 2 de agosto de 2007

Profeta en Venecia


Rocío García
EL PAÍS Madrid, 27/07/2007

Una desconocida en un tranvía inspiró la nueva película de José Luis Guerín, la única española a competición en la Mostra, cuya programación se presentó ayer. La ciudad de los canales ya reclamó al director para su bienal de arte

Llega con sus imprescindibles: su gorra y su cartera. También trae el recuerdo fugaz de una mujer en tranvía. "No fue una fotografía, fue un instante fugaz, pero yo lo retuve como una fotografía desde ese momento". Fue hace años, en Estrasburgo, y ahora José Luis Guerín (Barcelona, 1960) ha situado esa visión, la ha reconstruido, le ha dado una explicación en En la ciudad de Silvia, único filme español que competirá en la sección oficial de la Mostra de Venecia, a finales de agosto.

Protagonizada por Pilar López de Ayala y Xavier Lafite, En la ciudad de Silvia, con un presupuesto de poco más de un millón de euros, narra la búsqueda que inicia un joven por las calles de una ciudad de bicicletas y tranvías de una mujer que conoció años atrás. El filme, rodado en francés y lleno de melancolía y silencios, responde a la misma filosofía que la instalación que Guerín presentó en junio en la Bienal de Arte de Venecia bajo el título Las mujeres que no conocemos, un trabajo secuencial de fotografías de mujeres desconocidas, realizadas en blanco y negro a lo largo de años y viajes siempre fuera de Barcelona. "Ambos trabajos son vasos comunicantes, desde lenguajes y propósitos distintos, pero ambos utilizan el mito de la mujer luminosa, renacentista, que más que una mujer real es una idea con forma de mujer", que Guerín ha depurado hasta el máximo en su nueva película. "Para que quede lo mínimo, para preservar ese margen de virginidad para el espectador. Si no paro de decir cosas y referencias me da la impresión de que estoy yendo contra mi trabajo", asegura el cineasta, que ha organizado En la ciudad de Silvia en tres días. "El primer día es un presagio de lo que va a suceder el segundo día, y el tercer día es una evocación del segundo. Siempre bajo la gravitación de un nombre, Silvia, sobre la ciudad, las calles y los rostros de esa ciudad". En la ciudad de Silvia es el quinto largometraje de Guerín, después de Los motivos de Berta (1984), Innisfree (1990), Tren de sombras (1996) y En construcción (2001).

Es un cineasta muy poco prolífico. ¿A qué se debe?
A la modalidad de cine que hago, que exige una implicación muy grande, que está siempre en las periferias de la industria. Una película normal se estrena con 80 copias en toda España y las mías con 10. Tengo que ir a acompañarlas a cada lugar como el trovador con su trabajo. En cualquier caso, he caído en la cuenta de que tengo 47 años y de que si realmente sigo con esa cadencia en mi siguiente película tendré 52 o 53 años. Me he asustado: me tengo que dar prisa porque creo, sinceramente, que tengo muchas películas por hacer. Tengo la impresión de que lo que llevo hecho no son más que unos esbozos para empezar de verdad.

Su cine es mezcla de ficción y documental. ¿No hay una división clara entre estos dos géneros?
No. En las últimas décadas, esa división se va haciendo más compleja. En el cine del pasado, documental y ficción permanecían casi como compartimentos aislados que se ignoraban entre sí. En los últimos años, asistimos en una parte del cine más ambicioso a un mutuo reconocimiento. A mí me interesa el cine y, si es posible, el cine bueno, y eso no conoce división entre ficción y documental. Para mí, el cambio de moral entre un filme de ficción y un documental pasaría por la veracidad de los cuerpos. En una película documental no puedes reemplazar un cuerpo por otro, si tienes un personaje determinado tiene que estar encarnado por él, aunque esté actuando porque es la verdad de su cuerpo. En tanto que en el cine de ficción se acepta ese canje de que un actor, profesional o no, pueda reemplazar la experiencia de otro. Para mí, la frontera estaría ahí. Ése es el caso de En construcción, en la que no hay una sola palabra escrita por mí, y En la ciudad de Silvia, que es una invención mía.

Guerín está convencido de que el cine está cada día más atosigado de estereotipos y de fórmulas, y por ello, este cineasta tan especial busca en ese espacio fronterizo "otras formas de representar la realidad, otras formas de dramaturgia apasionantes".

En la ciudad de Silvia
nace de la imagen fugaz de una mujer desconocida: "El desarrollo de una película muchas veces empieza así, por una imagen que me apela, una imagen que acude repetida y obsesivamente a mi cabeza".

¿Qué tienen para usted las mujeres desconocidas?
Es una gran ilusión, un gran hálito vital que tiene que ver con los destinos no vividos. Me atrevo a hablar de unos fantasmas femeninos que gravitan en muchos hombres y que tienen que ver con las vidas potenciales, los destinos. Cuando uno toma una elección, sobre ella gravita toda la fuerza y la melancolía de todas las elecciones no tomadas. Creo que muchísimos hombres, con vidas familiares ejemplares, tienen siempre el recuerdo imborrable de alguna muchacha en el momento de cruzar una esquina y el sentimiento de una pérdida, de que ahí podía haber algo más que una ilusión.

¿Es la búsqueda de un misterio, un sueño o añoranza?
No me gustaría desmenuzar tanto. Es algo que gravita en la cultura europea, Dante, Petrarca, la fugitiva de Beaudelaire, que está muy arraigado y que encierra muchos imaginarios. Descifrarlo sería siempre restrictivo. Se ha de preservar el misterio. Ahí es esencial apelar al espectador para que dialogue. En esta última película he procurado una depuración extaordinaria, he quitado casi todo porque me parece que la sociedad hoy es extraordinariamente acumulativa. Yo he decidido quitar, y quitar cosas para que queden muy pocas y poder dotarlas de sentido y significación. El argumento de la película es nimio, ridículo. Lo que más me interesa son esos detalles ínfimos pero que, capturados por el cine, revelan una cualidad superior para así poder poner limpiamente al espectador en relación con eso. Yo estoy muy preocupado y me pregunto cómo se puede hacer una película ahora que todo el mundo ve tantísimas imágenes en televisión, ahora que hay tan poco tiempo para relacionarse con las imágenes, para pensar en ellas. He creído que en esta película tenía que eliminar casi todo y reemplazar las narraciones por un gran énfasis en el matiz, en el detalle. Ése ha sido mi propósito.

Ha rodado en color cuando es un entusiasta del blanco y negro. ¿Por qué?
Es una elección que ya no tengo. Es una opción que he podido tener en la Bienal. Hoy es imposible que una televisión entre en una película en blanco y negro, pero aprovecho para decir que para mí el valor significante en el cine viene dado por la luz y que la luz expresa más cosas en blanco y negro. El color mancha. A mí me fascina el despojamiento y la estilización que da el blanco y negro.

Se considera fuera de los circuitos industriales, pero su película es la única española a competición en Venecia.
Me impresiona. Es un escaparate extraordinario para mi trabajo. Han sido audaces en Venecia porque muchas veces en las secciones oficiales se buscan películas más representativas de la industria, de presupuestos mayores.

José Luis Guerín confiesa que en En la ciudad de Silvia, el trabajo del sonido ha sido en el que ha invertido más tiempo, incluso más que en la imagen. "En toda la película hay una especie de confrontación entre la mirada subjetiva de un soñador y la realidad más documental del entorno, de una ciudad. A veces, la película participa de esa mirada alienada del soñador en su búsqueda de la mujer y, en otras ocasiones, la película adquiere otra distancia y descubre a esa figura perdida entre el flujo de la cotidianidad. El sonido vendría no sólo a crear una arritmia, sino a definir esas dos perspectivas. He querido que la música esencial de la película fueran los tranvías, las bicicletas, las campanas, los timbres, las voces de gente de lenguas diversas. He intentado dotarle de ritmo y sentido a los sonidos. Se pueden decir muchas cosas a través de los sonidos, mucho más sutilmente que con la música".

Tenía mucho deseo de filmar a Pilar López de Ayala. Desde que la conoció en el Festival de San Sebastián. "Creo que es una actriz excepcional pero, sinceramente, no sé si hubiese pensado en ella por el hecho de haber visto sus películas. Pensé en ella cuando la conocí personalmente. Me gustó mucho su reserva en el trato directo y los ojos extraordinariamente luminosos que tiene. Me dije: 'Tengo que capturar esos ojos'. Es eso lo que te motiva para hacer cine. Yo sólo filmo aquellos rostros, aquellas presencias con las que siento una implicación. No serviría para filmar al enemigo, el cine lo concibo como un trabajo esencialmente de afecto. Claro que se puede filmar el monstruo o lo monstruoso, dejándolo fuera de campo, que esté presente pero sin encarnarlo. Creo que todas las personas que he filmado toda mi vida son personas que quiero mucho".

La infancia del raval

Manuel Delgado
EL PAÍS Cataluña, 13/07/2007

Los datos recientes del Consejo Económico y Social de Barcelona lo confirman: Ciutat Vella es hoy el distrito de mayor potencial de población activa de la ciudad, con un 15,2% de habitantes menores de 15 años. En concreto, en el Raval el padrón de 2005 indicaba que allí vivían 5.601 niños y adolescentes de menos de 16 años, con una distribución que primaba las franjas de edad más tempranas. Ese barrio que llamamos viejo es hoy el más joven; hasta cierto punto, bien podríamos decir que vive hoy una nueva infancia y alberga hoy la madurez más inmediata del país. Y no hay duda de que el asentamiento de personas procedentes de la inmigración -un 46% de vecinos del barrio- y, en menor medida, de familias nativas de clase media -un 15%- es la clave que explica el fenómeno y hace comprensible el valor casi de metáfora que tiene para propios y extraños el Raval, compendio de las grandes dinámicas que están determinando la vida de las grandes ciudades del llamado primer mundo.

No es casual, al respecto, que en poco tiempo hayamos podido asistir al estreno de tres películas sobre lo que fue un día el Chino y su vida cotidiana de hoy. En construcción, de José Luis Guerín; De nens, de Joaquim Jordà, y ahora mismo Raval, Raval, de Antoni Verdaguer. Tampoco es por azar que la más profunda y dura de las tres, la de Jordà, adopte como asunto central el de una infancia violada no por pederastas perversos, sino por todo un sistema de poder y dinero que ha convertido la ciudad entera en una mercadería, puesta en venta con seres humanos dentro.

Es esa importancia que cabe asignarle a cómo están creciendo los niños y los adolescentes del Raval que merece la pena destacar el valor del informe que hace poco publicara la Fundació Tot Raval con el título Diagnòstic: Infància, adolescència i famílies al Raval. Este trabajo es el resultado de una indagación rigurosa y sistemática sobre las condiciones de vida en el barrio, con énfasis en las que afectan a su nueva canalla, sector de la población al tiempo en extremo vulnerable y estratégico en orden a hacer la prospectiva de lo que será la ciudad y el país en las próximas décadas. El estudio va desglosando los elementos básicos de ese nuevo paisaje humano y de la relación que con él están teniendo las instituciones políticas, y lo hace de una manera que es a la vez positiva -hay que actuar, y hacerlo ahora- y crítica -lo que se hace no basta; se requiere más fuerza humana y más recursos. Y eso en todos los ámbitos: vivienda, salud, enseñanza, participación... El protagonismo de esa urgente intervención pública -para reparar o aliviar desmanes que a veces la propia Administración ha propiciado o de la que ha sido cómplice- le corresponde a profesionales que -y eso también se destaca- no siempre gozan de la estabilidad y el reconocimiento que merecen y que garantizaría mejor la eficacia de su labor.
Pero lo que más destaca de este trabajo no son los valiosos datos que nos da a compartir, ni lo indicado de sus conclusiones y propuestas, sino un aire y un estilo de hacer que evoca, sin duda, los momentos heroicos que protagonizaran los investigadores de la Escuela de Chicago, aquellos científicos sociales que se lanzaron a las calles y a los barrios de las grandes ciudades norteamericanas, en las primeras décadas del siglo XX, para ver sobre el terreno cómo se estaba produciendo la instalación en ellas de grandes oleadas de inmigrantes, ese fenómeno de nomadismo de masas que parece sorprendernos a nosotros, aquí y ahora, cuando es tan antiguo como la humanidad misma.

Fueron los Thomas, Wirth, Park, Anderson, etcétera, quienes entendieron que el método etnográfico de trabajo de campo era y es la herramienta fundamental para comprender qué está ahí fuera, en un universo social que los tópicos desfiguran y que exige ser examinado bien de cerca o sumergiéndose en su seno. Como aquellos pioneros que inauguraron la antropología urbana hace casi un siglo, los autores del trabajo sobre la infancia y la adolescencia en el Raval -antropólogos también, y no es casual- están animados por parecida voluntad casi ansiosa por saber qué está pasando en realidad en la realidad, y hacerlo al margen y con frecuencia contra la trivialidad de que se nutre entre nosotros los discursos mediáticos y políticos sobre la inmigración. Son esos etnógrafos de nuestros nuevos-viejos barrios populares quienes levantan acta -a pie de calle, hablando con la gente y sobre todo escuchándola- de qué está pasando ante nuestros ojos o a nuestro alrededor y cuáles son sus significados y sus implicaciones, para ahora y para mañana.

Tal es la evidencia ante la que este informe dirigido por Marta Truño nos coloca: es urgente aprender a base de aprehender, es decir, de escrutar, observar atentamente, anotar lo que se ve y lo que se oye y analizarlo luego..., eso que damos en llamar trabajo sobre el terreno y que es el rasgo singular de la antropología como oficio. Ésa es la lección que los autores de esta investigación han entendido y nos imparten. Los poderosos son conscientes de lo mismo que deberían serlo quienes pretenden desenmascararlos: para dominar, como para transformar o simplemente mejorar las cosas, es en todos los casos indispensable conocer. Y ése es el mérito de esta investigación sobre la infancia del Raval, en el doble sentido de sobre los niños que lo habitan y sobre los primeros años de su nueva vida de barrio: gracias a ella ahora sabemos más de lo que sabíamos o creíamos saber.

Manuel Delgado es profesor de Antropología Urbana en la Universidad de Barcelona.

miércoles, 1 de agosto de 2007

Isaki Lacuesta, improvisando historias



Arantxa Burguera
Publicado en Revista mono #8. Valencia, 2007.

La leyenda del tiempo cuenta un momento de importantes cambios en la vida de dos personajes, Isra (el gitano adolescente que deja de cantar) y Makiko (la enfermera japonesa que viaja a Cádiz para aprender a cantar). Dos historias que transcurren paralelas e inversas, en el mismo tiempo y lugar.

A Isaki Lacuesta (Girona, 1975) le persiguen los premios. Su primera película, Cravan vs. Cravan(2002), ya fue premiada en el Festival Internacional de Sitges y la segunda, La leyenda del tiempo (2006), lleva un camino imparable (Las Palmas, Yerevan, Cádiz, San Sebastián, Ecuador,…). Sin embargo, cosas de la industria, en Valencia sólo pudimos disfrutar de ella una semana en el cine. Los que no pudieron disfrutarla en junio de 2006, tendrán que esperar a verla en DVD.

La entrevista que reproducimos a continuación no pudo hacerse cara a cara. El correo electrónico nos privó de su voz tranquila, pero no de su discurso apasionado.

La leyenda del tiempo está rodada sin guión. Supongo que realizar un trabajo creativo en el que se implica a tantas personas como en una película siempre da un poco de vértigo, ¿no se incrementa esa sensación cuando además se rueda sin guión?
Me gusta esa definición que dice que hacer cine es como intentar escribir Anna Karenina en una montaña rusa. En nuestro caso, la montaña es pequeña y barata, pero no tiene raíles, y lo más inquietante es también lo más estimulante. Hemos hablado a menudo de esto con otros directores de documental, y coincidimos en que cuando ruedas sin guión la inquietud no consiste en ver si podrás rodar el plano cómo habías imaginado, sino en tratar de descubrir si realmente tienes o no una película en lo que estás filmando. Cuando el poeta Théophile Gautier vio por primera vez Las Meninas, preguntó: “¿pero dónde está el cuadro?” Cuando ruedas sin guión, constantemente te preguntas lo mismo: ¿pero dónde estará la película?

Al trabajar sin guión previo y con más de 100 horas filmadas, ¿la historia se fue conformando día a día durante el rodaje o fue el montaje el que la determinó finalmente?
La historia se fue configurando en ambos momentos: a veces descubres cosas inesperadas mientas ruedas, y otras no las encuentras hasta que te sientas en la sala de montaje. Por eso, siempre procuro rodar en distintas etapas, para tener la opción de montar mientras tanto, repensar la película, y terminar de filmarla en función de lo que he hemos ido encontrando por el camino. En el caso de La leyenda, esto también nos permitió filmar a Israel mientras crecía y le cambiaba la voz.

En la película, los personajes no los interpretan actores, es su primera experiencia ante una cámara, ¿cómo les planteas el trabajo para que actúen sin guión? ¿En algún momento se sintieron intimidados o incómodos al representarse a sí mismos ante una cámara?
Makiko, la protagonista japonesa, me decía que no tuvo tiempo de ponerse nerviosa porque nunca sabía lo que iba a hacer. Me parece un buen resumen de lo que hicimos. Por lo general, planteábamos situaciones inspiradas en momentos de su vida cotidiana, de tal modo que aunque yo les diera el pie, a partir del primer minuto pudieran seguir viviendo delante de la cámara. También jugábamos algunas veces a que los personajes se sorprendieran unos a otros, dosificando la información e improvisando: el objetivo era siempre captar momentos de expresividad y emoción verdaderos. En este sentido, nos han hecho regalos impagables. Y aunque se acostumbre a decir que lo más difícil es trabajar con niños y animales, o con gente que habla un idioma distinto al tuyo, mi impresión ha sido todo lo contrario: como no tienen una experiencia previa en el cine, participan en el rodaje con una generosidad extrema, y todo lo que les propones (por raro o absurdo que sea) les parece normal ya que creen que las películas se deben hacer de esta manera (y en eso no les falta razón, porque los rodajes ortodoxos también son muy absurdos).

Toda la acción parece girar alrededor del concepto de ausencia, como la de Camarón en la Isla de San Fernando. De igual modo ocurre con el hecho del cante, existe una imposibilidad para ejecutarlo; el niño porque sabiendo cantar guarda el luto por la reciente muerte de su padre, la aspirante a cantaora japonesa porque no tiene aptitudes. ¿Es la ausencia la propia leyenda del filme? ¿O simplemente, es la falta de la figura del padre, del referente familiar, pero también cultural, lo que hilvana la película?
Creo que la película no se hilvana alrededor de ningún tema, sino a partir del retrato de los personajes. Pero es cierto que la ausencia paterna, el luto, o la noción del cambio, son algunas de las líneas comunes que el espectador puede seguir durante la película. Me gusta la idea de hacer variaciones a partir de un tema, y pensar en los dos protagonistas como las caras opuestas de una misma moneda.

Los mitos son un tema recurrente en tus películas (la primera es la reconstrucción de uno y en la segunda es una presencia que se manifiesta de mil formas), ¿qué te atrae de los mitos?
Sobre todo el misterio, y la capacidad de recrearlos infinitas veces. Los mitos permiten que cada cual haga su propia relectura sin agotarse nunca. Aparte de esto, estamos tan limitados para entender el mundo que nos rodea, que necesitamos de los mitos para apoyarnos en ellos. Por eso me interesa saber cómo construimos nuestros mitos y los vamos transmitiendo de generación en generación.

¿Tienes algún mito personal (literario, musical, cinematográfico, político,…)?
He sido muy mitómano, y aunque creo que cada vez lo soy menos, aún tengo un panteón particular ampliamente poblado: Michael Jordan, los Monty Python, Rimbaud, Jean Vigo, Jean Eustache, The Beatles, Lorca, Tom Waits, Géricault, Nadar…

Uno de los mayores atractivos del cine que realizas reside en la difuminación de los límites entre realidad y ficción. ¿Cómo afrontas esta dicotomía a la hora de plantearte un nuevo proyecto?
De hecho, no pienso en esos términos, sino que más bien me planteo la tensión entre lo escrito y lo espontáneo, lo que está previsto y calculado a priori frente a lo azaroso y sorprendente. Creo que el mejor cine debería situarse en algún punto entre ambas opciones, y participar al mismo tiempo de las dos. Eso es lo que seguiré buscando de momento.

¿No te preocupa que el espectador se quede intentando distinguir entre lo que hay de realidad y de ficción en tus películas en vez de disfrutar de lo que cuentas?
En el caso de Cravan, esa incertidumbre formaba parte de la propia esencia de la película, y el objetivo era que el espectador pudiera disfrutarlo: no hacer un documental en el que todos los instrumentos del cine estuvieran puestos al servicio de la verosimilitud, sino de la duda. En este aspecto, quizás fuera una película más intelectual. En cambio, me gustaría que vieran La leyenda de una manera más sensitiva, sin preocuparse demasiado de encasillar lo que están viendo.

Cravan vs. Cravan es el documental de una leyenda. El actor que te acompaña investigando la vida de Cravan también es director de cine, conoce el medio. Sin embargo, en La leyenda del tiempo, no hay actores, ¿supone un paso más en tu manera de adentrarte en un proyecto cinematográfico? ¿Cuál será el siguiente paso, en qué proyectos estás trabajando ahora?
Siempre trabajo en muchos proyectos al mismo tiempo, pero ahora tengo dos más avanzados. El primero es una película que quizás comience a rodar en Argentina el próximo mes de marzo, Reaparecer, que retratará varias mujeres unidas por la figura de un desaparecido que reaparece en sus vidas; ésta también será una película fronteriza. Y el segundo se titula La próxima piel, y es una película de ficción, con actores y un guión escrito. Me apetece seguir probando cosas que para mí sean nuevas.

En junio de 2006 fallecía el cineasta Joaquim Jordà, con el que has estudiado y trabajado en sus filmes más recientes. ¿Qué importancia crees que tiene Jordà en el panorama cinematográfico actual?
Jordà era, sobre todo, un buen amigo y le echo mucho de menos. Por su valor, su inteligencia y su integridad, se ha convertido en un ejemplo a seguir para muchos cineastas. Me parece evidente que su presencia es clave para explicar el actual desarrollo del documental en Barcelona.

¿Consideras que este tipo de cine tiene en común un componente de compromiso personal, al estilo de un texto de ensayo o un poema, en contraste con el lenguaje narrativo de las películas más comerciales, claramente derivado de un estilo más novelesco? ¿O estas clasificaciones no son ya, en la actualidad, válidas?
Creo que las películas que hacemos los que solemos estar metidos dentro de ese gran saco sin fondo del documental, son todas muy distintas entre sí, pero que tienen algo en común: el entender el cine como una experiencia vital, como una oportunidad de vivir y conocer cosas con una cercanía que de otro modo, sin la excusa de la cámara, sería inaccesible. Más allá de eso, como muy bien dices, ahí caben los ensayos, los versos, los poemas en prosa, los diarios íntimos… De hecho, la literatura contemporánea también se caracteriza por su hibridación, y ahí están las obras de Sebald y Vila-Matas para demostrarlo.

Hay un conjunto de filmes donde el tiempo y su registro son la base argumentativa o el punto de partida del relato, desde El sol del membrillo hasta El cielo gira, pasando por Veinte años no es nada o En construcción, por nombrar casos dentro del Estado español, pero también muchos de los filmes de Agnès Varda, F. Wiseman o J. Van der Keuken, entre otros. La leyenda del tiempo también podría entrar de manera evidente y precisa en esta catalogación. ¿Consideras que existe una tendencia en este modo de representar la realidad, o no crees que tenga que ver en absoluto con la pertenencia o no a un grupo concreto?
El tiempo es un elemento substancial del cine, y por tanto lo más natural es que haya muchos cineastas preocupados por su tratamiento, igual que ocurre con los mejores músicos. Coltrane, Miles Davis o Eva la Yerbabuena son grandes artistas porque consiguen modificar nuestra percepción del tiempo mediante la música o sus movimientos. En el momento en que ruedas o montas un plano o una secuencia, es inevitable plantearse esta problemática, y eso ocurre igual si eres un cineasta chino, francés o peruano, documentalista o de ficción. No tiene que ver con la pertenencia a un grupo. Sin embargo, es cierto que entre muchos de los cineastas que citas hay lazos personales que nos unen, una proximidad que no es sólo cinematográfica, sino que se basa en relaciones de amistad, o sensibilidades comunes. En Barcelona, Guerín y Jordà han sido los ejemplos para todas las generaciones siguientes, y tanto Wiseman como Van der Keuken dejaron una huella muy profunda cuando asistieron al máster en documental de la Pompeu Fabra. De hecho, tu pregunta me acaba de recordar un pequeño misterio que había olvidado, y que sigo sin comprender: mientras Van der Keuken nos mostraba sus películas, Jordà estaba sentado a mi lado, y en un momento dado me dijo al oído que en las películas del holandés encontraba un estilo parecido al mío. Yo aún no había filmado nada, así que no pude entender a qué se refería, y dos películas después, sigo sin tenerlo claro. Adoro a Van der Keuken, que me pareció un hombre y un cineasta extraordinarios, así que me encantaría que algún día Jordà tuviera algo de razón. Sin embargo, y paradójicamente, se me ocurre ahora que sí podría encontrarse alguna semejanza entre las últimas películas de Van der Keuken y Jordà, dos cineastas aparentemente tan distintos: los dos rodaron su último trabajo sabiendo que iban a morir, y optaron por dejarnos dos obras en primera persona, llenas de vida, de intimidad y de verdad.

El tema de este número de la revista es Perdedores, ¿consideras a alguno de los personajes de tus películas como un perdedor?
Lo que más me interesa de los personajes de La leyenda es que están en ese momento de sus vidas en el que todavía todo es posible: no son ni vencedores ni vencidos, y la historia sigue abierta más allá de la película. En cuanto a Cravan, él escribió que era el rey de los fracasados, pero que por lo menos era el rey de alguna cosa. Toda su vida fue un cúmulo de derrotas (tanto en el ring como en la poesía), que culminan con la pérdida definitiva que fue su desaparición. Y sin embargo, sin tanta derrota nunca hubiera conseguido su victoria definitiva. Creo que fue Oteiza el que rechazó un premio honorífico a su carrera diciendo: “No pienso estropear a estas alturas toda una vida de fracasos…”.

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